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"Jose Francisco Pereira Martínez "
José Francisco Pereira y Martínez (Cartago, 1783 - Tocaima, 20 de agosto de 1863, casado en 1823 con María Dionisia de la Paz de Gamba y Valencia (8 octubre 1800 - ), fue un hombre adinerado, terrateniente, ilustre abogado, naturista, político y prócer de la independencia de Colombia, descendiente de portugués y español.
Pereira no aceptó en 1840 la proclamación de su candidatura a la Presidencia de la República.
Francisco Pereira tuvo importantes vínculos políticos con el gobierno del Cauca. En 1825, inició la compra de predios en la zona sur de la provincia del Cauca a la Nación, teniendo siempre la intención de fundar allí una ciudad. Los datos de algunos autores establecen que poco menos de 10.000 hectáreas en la actual Risaralda, le habrían costado $4.234. Buena parte de estas compras de predios fueron realizadas a través de la casa “Pereira Gamba”, la cual recibió entre 1855 y 1866, de parte de la Nación, 11.850 hectáreas de baldíos; él personalmente, en dicho periodo, recibió en la provincia de Cartago, 2.710 hectáreas. La tradición menciona que su mejor amigo, el padre Remigio Antonio Cañarte, se propuso convertir en realidad de forma póstuma el sueño de Francisco Pereira, liderando la fundación de un pueblo en el antiguo lugar en donde se fundara el viejo Cartago y en terrenos donados por su hijo Guillermo Pereira Gamba, que se llamaría Pereira.
Francisco murió en Tocaima, en compañía de Manuel Uribe Ángel, quien era su doctor. Sus herederos fueron patriotas, importantes profesionales, políticos liberales y hombres de negocios. Al morir, su herencia se repartió de la siguiente manera: a su esposa le correspondieron 1.350 hectáreas y a sus hijos Nicolás, Próspero, Guillermo, Mercedes y Benjamín 270 hectáreas cada uno (Emilio murió antes)."
Cartas Pereira
Martes 30 de Julio de 2013 - 02:01 AM
La mitología pereirana desde otra fábula
CARTAS PEREIRA/LA TARDE
Querida ciudad:
Antes de escribir me pregunté: ¿Cómo debía nombrarte? ¿Villa de Cañarte? ¿La Perla del Otún?
¿La trasnochadora, querendona y morena? ¿La ciudad sin puertas? ¿Debería llamarte por tu viejo nombre: Cartago La Vieja? ¿O simplemente Pereira?
Y luego pensé: ¿Cuántos nombres habrás tenido en tiempos prehispánicos? ¿Cuántos de esos nombres, marcados en las piedras, a orillas de la cuenca del Otún y del Consota, permanecen indescifrables ante la mirada escrutadora de eruditos académicos y apasionados seudocientíficos?
Como ves, desde el comienzo te condenaron a usar nombres foráneos, cuyo origen, pocos de tus hijosconocen. Tal vez, sea una simple curiosidad que a estas alturas de la historia no importa.
Me basta decirte que, en la conmemoración del siglo y medio, transcurrido desde tu natalicio, he querido felicitarte como tantos otros de tus hijos.
Para ti también ha pasado el tiempo, así lo dejan entrever esas marcas urbanas, mal llamadas calles, cicatrices que te cruzan y fragmentan en dirección oriente a occidente y extrapolan ese amorfo plano, alguna vez trazado por Guillermo Fletcher, un inglés que, merodeaba por estos lares, y a quién se le ocurrió la idea de bautizar tu plaza principal con el nombre de la reina Victoria I, como cuenta Antonio Vélez Ocampo.
Y como si se tratara de un ritual samsárico borraba la primera línea para empezar de nuevo. Y así, en ese acto de conversar con tu sombra, la cual me ha seguido hasta el hemisferio sur, descubrí que década tras década, esa orfandad de nombres, como grotesco espectro de olvido, te ha perseguido en tus plazas, calles, avenidas, barrios e iglesias.
No quiero hacerte pensar que soy un desagradecido o un ingrato. Al contrario, estoy sumamente agradecido y en deuda contigo. Estoy impregnado de tus montañas y de tus amaneceres, del olor de las torrenciales lluvias que sosegaban la tarde.
Desde la distancia te pienso y te recuerdo. Hay días en los que vuelvo a recorrer tus calles fabuladas y en los que, me imagino sentado en algún bar del centro, tomando un granizado de café en compañía de una de tus míticas y hermosas hijas.
Desde el comienzo, al igual que la belleza de tus mujeres, has sido un mito urbano en Colombia.
Existe una historia vedada, secreta y oculta en torno al origen de las ciudades. Pereira no es la excepción. No fue una simple fundación. Fue el proyecto o utopía de la masonería en Colombia.
La historia secreta, aquella que no me enseñaron los curas del Colegio Diocesano, cuenta que el Presidente Tomas Cipriano de Mosquera, célebre masón que creó el grado 34 dentro de dicha logia, un día tuvo una brillante idea. Reunió a los miembros de la orden y, antes que en Suramérica surgieran ciudades masonas como La Plata o Bello Horizonte, decidieron crear una urbe para la logia. A la orden masónica pertenecía Don Francisco Pereira, quién
Antes de escribir me pregunté: ¿Cómo debía nombrarte? ¿Villa de Cañarte? ¿La Perla del Otún?
¿La trasnochadora, querendona y morena? ¿La ciudad sin puertas? ¿Debería llamarte por tu viejo nombre: Cartago La Vieja? ¿O simplemente Pereira?
Y luego pensé: ¿Cuántos nombres habrás tenido en tiempos prehispánicos? ¿Cuántos de esos nombres, marcados en las piedras, a orillas de la cuenca del Otún y del Consota, permanecen indescifrables ante la mirada escrutadora de eruditos académicos y apasionados seudocientíficos?
Me basta decirte que, en la conmemoración del siglo y medio, transcurrido desde tu natalicio, he querido felicitarte como tantos otros de tus hijos.
No quiero hacerte pensar que soy un desagradecido o un ingrato. Al contrario, estoy sumamente agradecido y en deuda contigo. Estoy impregnado de tus montañas y de tus amaneceres, del olor de las torrenciales lluvias que sosegaban la tarde.
Desde la distancia te pienso y te recuerdo. Hay días en los que vuelvo a recorrer tus calles fabuladas y en los que, me imagino sentado en algún bar del centro, tomando un granizado de café en compañía de una de tus míticas y hermosas hijas.
Desde el comienzo, al igual que la belleza de tus mujeres, has sido un mito urbano en Colombia.
Existe una historia vedada, secreta y oculta en torno al origen de las ciudades. Pereira no es la excepción. No fue una simple fundación. Fue el proyecto o utopía de la masonería en Colombia.
Ese proyecto masón ya vislumbraba el desmembramiento del departamento del Gran Caldas. Por lo tanto, el apogeo del mismo alcanzaría su clímax con la creación del Departamento de Risaralda y la proclamación tuya como capital de la nueva provincia.
En este orden de ideas, muchos saben que fuiste de las primeras ciudades intermedias de Colombia con telefónica propia. Y pocas urbes de Colombia pueden vanagloriarse de haber construido macro obras como un aeropuerto o una villa olímpica con el impulso de sus habitantes.
Curiosamente, y por simple coincidencia, a partir de 1966, (el mismo año en que se estrenó Rosemary’s Baby de Roman Polanski y que Anton LaVey popularizó el ocultismo) comenzó el fin del proyecto masón trazado para ti.
La última remodelación de la plaza de Bolívar buscó borrar las marcas de rosacruces y de los masones. Aparentemente, hoy ninguno de ellos tiene influencia sobre la esfera política y económica de la ciudad.
Hoy en la cercanía de tus 150 años, varios interrogantes surgen: ¿Cómo explicar el derrumbamiento de la llamada ciudad cívica de Colombia? ¿Quién gobierna tus designios tras bandolinas? ¿En qué lugar y quién toma las decisiones de qué hacer y cómo hacerlo? ¿Qué siniestro o siniestros personajes dieron la orden de vender la Telefónica de Pereira, último bastión de la antigua Sociedad de Mejoras Públicas?
En el ruido de esta otra fábula llamada Buenos Aires, en la que me aventuré hace ya un par de años, sólo obtengo un silencio como respuesta. En tu siglo y medio de vida republicana, ya nada queda de ese proyecto masón que inició Tomas Cipriano de Mosquera.
No obstante, quiero que sepas que esta autodenominada generación tardía, nacida entre 1978 y 1982, no ha te ha olvidado. Y desde la lejanía, en el regazo de otras urbes, hemos jurado que, un día, no muy lejano, nosotros te devolveremos la grandeza que te fue prometida en tu nacimiento y que oscuros poderes te niegan en el presente.
Publicada por
H. Augusto Rotavista Hernández Estudiante de la Maestría en Historia y Crítica de la Arquitectura, del Diseño y del Urbanismo. Universidad de Buenos Aires
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