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Comentario de Linterna Roja:
Hoy estamos muy bien, mañana muy mal, total no sabemos como vamos a estar mañana, lo mejor es no descompensar el presente, para que el futuro sea siempre bueno.
El esclavo o pobre de hoy, mañana puede ser tu Amo o el rico opulento.
El Rio, el Mar y las Aguas, en su movimiento: van y regresan, al igual que el péndulo: va y viene, todo, mañana que temprano se nos devuelve, para bien o para mal, pagamos lo malo, no solo en nuestra propia carne, también en nuestra descendencia.
El papa Wojtyla hizo del Opus Dei una prelatura personal. Era una manera de agradecerle a esta congregación católica que le hubiera protegido del hostigamiento al que lo sometía, el gobierno del Partido Comunista Polaco, cuando él era tan solo un oscuro obispo de provincia. Las conexiones del Opus Dei con personajes claves del régimen polaco, evitaron que el joven Wojtyla siguiera la suerte de tantos otros colegas suyos en Europa Oriental. Cuando fue coronado papa era de esperar que recompensara con creces el favor recibido de José María Escrivá de Balaguer y sus huestes.
Pero no solo era un agradecimiento por la protección. Entre Wojtyla y Escrivá de Balaguer –aliado en su tiempo de Franco y afín a sus ideas fascistas– había coincidencia ideológica y natural aversión a todo aquello que tuviese algún tufillo de comunismo. No olvidemos que se atribuye a Wojtyla, junto con Reagan, haber sido catalizadores de la caída de la Cortina de Hierro.
Ya como papa, Wojtyla chocó con Pedro Arrupe, el general de la Compañía de Jesús, en ese entonces la orden religiosa más progresista de la Iglesia católica. A los jesuitas, el papa Montini les había asignado un papel protagónico en la puesta en práctica de las ordenanzas del Concilio Vaticano II, que aspiraban a poner al día a una iglesia estancada en el tiempo. Arrupe impulsó a su orden a trabajar por los desposeídos. Fue él, dicen, quien acuñó el término “opción preferencial por los pobres”, que luego se desarrolló, con aportes del marxismo, en la teología de la liberación.
La gran relevancia de Arrupe, el peso de su orden, la orientación hacia los pobres y oprimidos y la gran autonomía con la que se manejaba el superior de los jesuitas chocó con el centralismo autoritario y conservador de Wojtyla. Al final, como era previsible, ganó Wojtyla, quien obligó a renunciar a Arrupe como general de los jesuitas y le ordenó recluirse en un convento en Roma. En su encierro, cuentan, el otrora poderoso Papa Negro sufrió humillaciones inimaginables dentro de una institución que se mercadea como promotora de altísimas virtudes.
Wojtyla, ya con Arrupe sometido, descabezó la teología de la liberación, y sancionó a varios de sus proponentes –Leonardo Boff y Jon Sobrino entre ellos– apoyó la expansión del Opus Dei y de otras congregaciones igual de reaccionarias, lucrativas y elitistas, como la que impulsó su gran amigo, el pedófilo Marcial Maciel Degollado. Pero no solo eso, tres años antes de morir, en 2002 proclamó santo a Escrivá de Balaguer.
Con la elección de Jorge Mario Bergoglio, jesuita él, como pontífice católico, no deja de ser simpático que sea ahora alguien de los de Arrupe, el humillado y defenestrado, quien ahora se eleve por encima del Opus Dei y demás congregaciones conservadoras. Más aún, que sea un obispo, que si bien no es un arquetipo del pensamiento renovador, al menos no la emprende de manera tan visceral contra los anticonceptivos y las sexualidades alternativas. Y como guinda, Bergoglio, al igual que Arrupe y los jesuitas mártires de El Salvador, sabe lo que es trabajar con los marginados y no vive en la ostentación en que sí lo hacen la mayoría de sus colegas.
No cabe duda, Arrupe ha sido reivindicado. Ojalá Bergoglio no lo traicione en el camino.
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