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¿Cómo nacen y mueren las pandillas en las calles de Cali?
Se supone que son 134 y todas atemorizan la ciudad. Voces de muchachos que existen donde nadie los ve.
En Cali hay 134 pandillas, pero es casi imposible medir lo que sucede con los chicos que las conforman. A la sombra, unas crecen y otras mueren.
Elpaís.com.co | Bernardo Peña
Ocho o diez estamos viendo lo mismo: al otro lado del caño que parte en dos el barrio Antonio Nariño, el viento que no sabe de divisiones empuja una cometa hacia el lugar equivocado.
Hace un mes, pasando hacia allá, mataron a Pica. Los amigos dicen que el muchacho ya le había dado vuelta a la vida, que todo bien. Pero de ese lado todo bien puede ser todo mal y al cruzar una de esas líneas desconocidas por el viento le dispararon.
La cometa es un hexágono relleno de papelillos de celofán que une cielo y tierra en un puñal levantado por un peladito de 13 o 14 que camina siguiendo la trayectoria de la cometa que viaja hacia donde no debe y es esperada por otros peladitos que levantan las manos tratando de agarrarla.
A media cuadra, el peladito del puñal camina hacia ellos en silencio levantando el codo a la altura de cara mientras deja caer detrás de la cabeza su arma empuñada. Es una hora de luz difusa entre las cinco y seis de la tarde y los vientos de agosto han encaramado entre las nubes otras cometas, cinco, seis, diez, pero todos a la distancia seguimos la misma que cae.
Cuando al fin se estrella, el peladito recoge el enredo de piola sin quitar la mirada de los niños que querían quedarse con todo eso y en un último desafío puntiagudo y filoso que lanza con los ojos les dice de todo sin decirles nada.
Ellos no contestan, solo miran inmóviles con las manos abajo. De este lado del caño alguien celebra la osadía con un chiflido y un pulgar erguido que el peladito del puñal contesta levantando el arma antes de perderse en una calle larga donde el viento va trayendo la noche.
- Ahí puede haber nacido una pandilla, dice el mismo alguien que antes había alzado el pulgar al cielo. Esos peladitos pueden quedar ofendidos y armarse en un tiempo para cobrársela al del puñal, ¿me entiende?
- No.
- No.
***
Aunque nadie, o casi nadie lo entienda, en las calles de Cali las pandillas pueden ocurrir, nacer y morir así, sin una explicación más complicada que una cometa caída en el lugar equivocado.
El sábado de la semana pasada, una niña de 13 años murió en medio de una balacera desatada en un velorio que se cumplía en una casa del barrio Alfonso Bonilla Aragón.
Wilson Vergara, el comandante encargado de la Policía, dijo entonces que el tiroteo se presentó cuando los miembros de las dos bandas que hay en el sector se encontraron en el velorio y empezaron una pelea que terminó en balazos.
En las calles que no aparecen en los mapas, sin embargo, hay quienes creen que eso pudo no tener que ver con un supuesto enfrentamiento de odios heredados. Hace mucho tiempo, pero no tanto como para que las cicatrices se le hayan borrado, Cristian* hizo parte de una pandilla y vio cosas así, tiroteos en velorios y muertos sacados de la tumba por nada más que plata.
Cristian vive en Antonio Nariño, barrio de la comuna 16 donde hasta el 21 de junio de este año 16 menores de edad fueron asesinados. El mismo barrio donde en el 2009 mataron Ricky, cabecilla de La 20, una de las pandillas más temidas por la reputación de sangre que había dejado como consecuencia de la guerra abierta para controlar algunas esquinas: antes de que a Ricky lo mataran, el enfrentamiento con Los Pokitos y El Palenque dejó medio centenar de personas asesinadas en cinco años de balas perdidas y tiros que cruzaban las calles buscando ‘liebres’ escondidas entre gente que salía a trabajar y chicos que regresaban de la escuela.
Cristian habla de eso porque él mismo supo de muchos que trataron de acercarse al velorio de Ricky empujados por una voz que corrió prometiendo varios millones para el que cortara los dedos del muerto: “Parecían chulos dando vueltas, pero había mucha tomba (policía) y no pudieron entrar. Desde que no haya caciques (jefes mafiosos que ejerzan autoridad) es más o menos así. Lo de la niña que mataron en el velorio de pronto tenía que ver con el man que estaba en la caja, pudieron ser dos pandillas y a la vez no, nadie sabe”.
El coordinador del Observatorio de Realidades Sociales de la Arquidiócesis de Cali es un investigador que desde hace más de veinte años trabaja en el Oriente de Cali analizando la ciudad invisible que allí se levanta.
Jesús Darío González, como se llama, confirma que la extinción de esos llamados caciques de alguna manera puede estarse viendo reflejada: “Varela (alias Jabón), fue el último capo del que se sintió cierto mando. Las pandillas no dependen de nadie, aquí ya no están Los Rodríguez ni el M-19. Se les está responsabilizando del problema público, siendo imposible que ellos sean los culpables de todo”.
Cristian, vestido de gorra y chanclas plásticas, parece ahora tan indefenso como un niño recién levantado o como un niño que lleva tiempo sin dormir y busca la cama. Tiene una mirada soñolienta y dientes grandes y blancos que parecen de leche, aunque él ya vaya para los 30.
Antes, mucho antes, la esquina donde todos los días se para a ver la vida pasar perteneció a la Sin Cinco, una pandilla extinta hace varios años que después siguió figurando en varios reportes de las autoridades. Pero la Sin Cinco no existe, es solo un nombre: “Muchas de las pandillas de las que hablan ya no están, se abrieron o se acabaron o se convirtieron en otra. Uno está en la calle y sabe Los Lamber, Los Ocho, Los Pitbull, Los de la Virgen, siguen. ¿Pero y los doctores? ¿Cómo van a saber cuándo se arma un parche?”
De acuerdo con un Informe elaborado hace dos años por la Personería Municipal, 134 pandillas estaban regadas en 17 de las 22 comunas de la ciudad. Durante el 2013, de las 1973 personas que en hechos violentos perdieron la vida en Cali, 247 eran menores de edad. 113 de esos chicos cayeron en las comunas 13, 14, 15 y 16, donde se supone operan varias de las pandillas censadas. Aunque en otras zonas del mapa, entre los nombres relacionados en el inventario figuran nombres como el de Barón Rojo y Avalancha Verde, que son barras bravas.
Y otras cosas no alcanzan a aparecer: hace un mes por ejemplo, en El Vergel, un barrio con 17 pandillas contadas, Los Piolos tuvieron un desencuentro y se dividieron; pasó en una esquina y en cosa de horas. Y así ocurre y ha ocurrido en Terrón Colorado y en Siloé y en el suroeste donde hasta hace un tiempo mandaban Los Realengos pero ya nadie sabe.
***
El Negro es amigo de Cristian. Mide uno con ochenta y es dueño de una musculatura que ha crecido silvestre mientras sorteaba una vida que hace un tiempo lo mandó a la cárcel.
Esta semana se le enfermó la niña, dice rascándose la cabeza mientras cuenta que tuvo que empeñar el celular al tiempo que hila una historia de puertas cerradas con la que intenta explicar por qué terminó haciendo lo que hizo cuando estaba más joven: "Presté servicio militar y cuando salí empecé a repartir hojas de vida porque quería trabajar de vigilante. ¿Sabe cuántas entregué? Cincuenta. ¿Sabe qué me decían siempre? Nosotros lo llamamos. ¿Sabe cuándo me llamaron? Acabo de cumplir 30 años y sigo esperando".
En Cali, cada mes, la Policía captura entre 150 y 200 menores cometiendo delitos en flagrancia. Hasta hace dos años, las cuentas del Ministerio de Educación hablaban de 50.000 niños por fuera del sistema escolar. En la cuadrícula de la imaginación, una pandilla la pueden conformar 15 o 20 chicos; si en Cali hay 134, todas juntas podrían armar un ejército de 2000 soldados. 2000 combatientes vendrían siendo la cuarta parte de los hombres que en todo el país tienen las Farc. Los soldados pandilleros de esta ciudad se distraen con las cometas que el viento de agosto sopla en el cielo.
De acuerdo con un investigador criminalístico, la forma en que se siguen aprovechando del desocupe de los muchachos es la misma de siempre: “Una moto prestada, los zapatos, el celular, el fierro y luego el compromiso”.
Actualmente, dice él, una de las labores que más les encomiendan es la de ‘los gatos’, que son los hombres que en la sombra de la noche se paran a la orilla del río Cauca para estar pendientes de los alijos de droga que vienen bajando en lanchas y canoas que arrojan la mercancía en determinados puntos del cauce.
La secretaria de Gobierno de Cali, Laura Lugo, dice que por eso este año la Alcaldía destinó 2.362 millones para invertir en “programas para la prevención de la violencia inclusión y generación de oportunidades, beneficiando a un total de 1.000 jóvenes en alto riesgo con el fin de darle un buen uso a su tiempo libre. Esta es una problemática que representa uno de los más grandes retos de la ciudad”.
Cristian y El Negro son amigos de Jaison y de Wilmar, de Manchas y de Henry. Ellos y otros chicos olvidados de Antonio Nariño, hace tres años recuperaron un pedazo de tierra extendida al lado del caño que parte en dos el barrio. Desyerbaron y botaron los escombros, sacaron las rocas y los fierros retorcidos de los carros robados que en otro tiempo fueron desarmados allí por otra gente. Limpiaron los recuerdos de robos y violaciones que también ocurrieron para convertir eso en un proyecto que un día les diera de comer. A la entrada, construido en cemento, un arco anuncia con un nombre simple lo complicado que intentan: La Granja.
En La granja, los supuestos miembros de La Sin Cinco pasan sus días correteando gallinas, gansos, pollos recién nacidos, dos cabras que saltan sobre los corrales y a un perro que bautizaron Danger y no asusta a nadie.
La gente del barrio casi todos los días les regala sobras de comida para alimentar a los animales y dicen que esos muchachos están haciendo mucho bien dando ejemplo de cómo es posible darle la vuelta a la vida aunque a nadie le interese.
Esta semana les nació un chivito. Es negro, de manchas blancas y ojos grises. Fue llamado Pica en honor al amigo que les mataron. Pica, en contravía de todo y al lado del caño, vive. Pero eso nadie lo ve. Es una hora difusa entre las siete y ocho de la noche. La Granja, levantada en la antigua escombrera, duerme sobre una frontera invisible.
*Nombre cambiado por petición de la fuente
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