domingo, 17 de agosto de 2014

ENEMIGOS ANTIGUOS Y MODERNOS DE LA MASONERIA... CON LA LIBERTAD DE CULTOS Y DE CREDOS CREEMOS ES PURA HISTORIA.

Enlace Programado por Gabriel Alberto Restrepo Sotelo es LINTERNA ROJA EN Google, Yahoo y Facebook .-.
Comentario del Director:
Afortunadamente, es historia y la  "santa inquisición" quedo en el solo recuerdo de algunos, para otros, hoy día impera, la LIBERTAD DE CULTOS, IDEOLOGÍAS, CREENCIAS y todo lo que tenga intrínseco: Libertad, Igualdad y Fraternidad.

M.-.R.-.G.-.MM.-. Gabriel Alberto Restrepo Sotelo





A continuación presentamos algunos textos tomados de literatura masónica donde se encuentran documentos originales que muestran la persecución de la iglesia Católica hacia la Masonería en los siglos XVIII y XIX.

ANATEMAS PONTIFICIOS

Texto tomado de: Los Masones Ante la Historia
Autor: Eugen Lennhoff
Editorial: Diana
Capitulo: Enemigos Antiguos y Modernos
La lucha de la Iglesia contra la Masonería empezó 15 años después de promulgada la Constitución de Anderson. La Orden se había establecido ya entonces en territorio italiano. En 1733 se encendieron las luces de las logias de Roma y Florencia. Sacerdotes católicos de todas la jerarquías se unieron con políticos, diplomáticos y artistas, para trabajar en los Talleres, de lo cual se escandalizó el Vaticano, porque en otros países los celosos clérigos hacia ya tiempo que se habían manifestado en contra de las ideas masónicas que se extendían con poco menos que vertiginosa rapidez. El 25 de julio de 1737, la Congregación del Santo Oficio convocó una conferencia extraordinaria, probablemente presidida por el Papa Clemente XII, en la que tomaron parte los directores de las tres Cancillerías papales; los Cardenales Ottoboni, Spinola y Zondadari, y el Inquisidor del Santo Oficio, con objeto de tratar de la Masonería. El resultado de estas deliberaciones no se dio a conocer de momento. Sin embargo, la “Vossische Zeitung,” de Berlín, publicó poco después, el número 85 de 1737, un informe procedente de Lombardía, con la siguiente noticia:
“La Congregación del Santo Oficio, a quien había sido denunciada la Sociedad de los masones, opina que debe haber en ella un secreto molinismo o quietismo. Se ha empezado ya la persecución judicial contra esta Sociedad y han sido presas varias personas, a pesar de que hay muchos motivos para dudar de que sus principios fundamentales puedan compararse con los iluminados  y altos conceptos que se encuentran en el molinismo.
 
Muy pronto se cometieron en varios sitios los primeros excesos antimasónicos.  Se notaba muy claramente que algo se preparaba contra los  Masones; y en efecto, el 28 de abril de 1738 publicó el Papa Clemente XII la primera encíclica contra la Masonería, que se ha hecho tan célebre y que comenzaba con estas palabras: “In eminti apostolatus specula”. Causó viva sensación en todas partes donde se dio a conocer. No se esperaba semejante paso del anciano Papa, bastante enfermo; pero el cardenal José Firrao, secretario de Estado, no cejó en sus apasionadas instancias hasta lograr que fulminase el anatema. Como quiera que las posteriores encíclicas aluden a esta primera, la reproducimos íntegra. Dice así:
“Condenación de la Sociedad o Reuniones Secretas llamadas de los Francmasones, con pena de excomunión inmediata, quedando reservada la absolución (excepto in articulo mortis) al Jefe Supremo de la Iglesia.
“Clemens, Obispo, Siervo de los Siervos de Dios, Salud y Bendición apostólica a todos los fieles.
Puesto que la Providencia Divina, a pesar de la nuestra indignidad, nos ha elevado a la suprema sede desde donde vigilar y observar la debida solicitud pastoral para con nuestros fieles, empleamos, con ayuda del Altísimo, nuestro mayor cuidado en el sentido de impedir la entrada a todos los errores y vicios, y mantener ante todo la pureza de la religión cristiana, de modo en estos tiempos sumamente críticos puedan apartarse de los peligros de destrucción.
1º.  Por el rumor público ha venido en nuestro conocimiento que ciertas Asociaciones, Sociedades, Reuniones secretas, Uniones o Grupos clandestinos, generalmente bajo el nombre de  Francmasones o según las diferentes lenguas también bajo otra denominación, se extienden por todas partes, aumentando su número de día en día, en las cuales los hombres de todas las religiones y de todas las sectas, satisfechos con la pretendida apariencia de cierta clase de honradez natural, se alían en estrecho y misterioso lazo, según determinadas leyes y costumbres, actuando al mismo tiempo en el misterio, obligándoseles mediante juramento que prestan sobre la Sagrada Escritura y la amenaza de graves castigos a un silencio inviolable.  Puesto que el vicio por su propia naturaleza se denuncia así mismo y sale a la luz con grande estrépito, estas Sociedades o conventículos han inspirado tanta desconfianza en el ánimo de los fieles, que para los inteligentes y piadosos el ingreso en una de estas Sociedades equivale  a exponerse al estigma de la maldad y la depravación. Sino hicieran nada malo no odiarían tanto la luz. Este rumor ha tomado tal incremento, que desde hace tiempo, la mayoría de las naciones han condenado y cuidadosamente eliminado a estas  Sociedades en vista del peligro que constituyen para la seguridad del Estado.
 
2º. Considerados los grandes males que dichas Sociedades o conventículos causan generalmente, no tan solo a la tranquilidad del Estado, sino también a la salud de las almas, no pueden tolerarse por el poder civil ni por el eclesiástico; y como Nos hemos recibido orden, por la voz divina, de vigilar como fiel siervo y prudente superior del gobierno de la casa de Dios, de día y de noche, para que esta clase de hombres, semejantes a ladrones, no mine la casa, o no trate de destruir la viña, tal como hacen las zorras, y a fin de que no corrompan los corazones sencillos ni maten a los inocentes en la oscuridad con flechas, y para cerrarles el ancho camino que podría conducir a que cometiesen impunemente sus injusticias, así como por otros motivos conocidos, justos y correctos; después de consultar algunos de nuestros venerables Hermanos, Cardenales de la Santa Iglesia Romana  y obtenida la conveniente seguridad, habiendo reflexionado profundamente, en nuestra habitación, hemos tenido a bien y decidido condenar y prohibir con nuestros Poderes apostólicos dichas Asociaciones, Sociedades, Reuniones secretas, Uniones o Grupos clandestinos, bajo el nombre de Francmasones o bajo cualquier otra denominación, y así las condenamos y proscribimos mediante esta prescripción que tiene valor eterno.
 
3º.  Por lo tanto, ordenamos a todos los fieles en Cristo, cualquiera que sea su posición, dignidad, procedencia, orden alteza y primacía, lo mismo a los laicos que a los clérigos regulares o seculares, con cargo más o menos elevado, y en virtud de la sagrada obediencia, que ninguno, bajo ningún pretexto ni apariencia, se atreva a entrar en las citadas sociedades de los Francmasones, o como pueda denominarse, o de propagarlas, apoyarlas, favorecerlas, ni albergarlas ni esconderlas en sus casas o habitaciones o de otra manera, de inscribirse en ellas o de asociarse con ellas ni estar presente en ellas, ni proporcionales ocasión ni comodidad para reunirse, ni prestarles servicio, ni consejo, ayuda o favor, pública o secretamente, directa o indirectamente, en persona o de cualquier  otra manera; ni de recomendar o instigar o persuadir a otros a que se inscriban, asocien, pidan acceso o estén presentes en ellas, o de ayudarlas o favorecerlas, de cualquier modo que sea, sino que se abstengan absolutamente de estas Asociaciones, Sociedades, Reuniones secretas o Grupos clandestinos, bajo pena de excomunión de los infractores enumerados arriba a la cual se exponen por el mismo hecho mismo sin ninguna otra declaración y de cuyo delito nadie podrá absolverles,  exceptuando Nos y los Papas Romanos que nos sucedan.
 
4º. Queremos y ordenamos además, que los Obispos y los demás Prelados, así como los sacerdotes de las poblaciones y los diputados de los inquisidores, procedan e inquieran contra los infractores, a causa de su maldad herética, cuales quiera que sea su posición, categoría, dignidad, alteza y primacía, por sumamente sospechosos de herejía, imponiéndoles los merecidos castigos, y refrenarlos, pues concedemos y otorgamos poderes a todos y a cualquiera de ellos para proceder e inquirir contra estos infractores, y si es necesario pedir la ayuda de los poderes seculares.
5º. Deseamos también que a las copias de esta carta, aun a las impresas, firmadas por la  mano de un notario público y legalizadas por el sello de una persona de dignidad eclesiástica, se preste la misma fe que si se presentara y enseñara el original.
6º. Que por lo tanto, nadie se atreva a atacar esta presente declaración, condenación, orden, prohibición e interdicto, nuestro ni que obre atrevidamente en contra. Pero si alguien osare o se atreviere a ello, por la presente se le anuncia que en él recaerá la ira de Dios y de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
Dado en Roma en Santa María la mayor, el año de La encarnación del Señor 1738, el 28 de Abril, en el octavo año de nuestro Pontificado. Inscrito en la cancillería de las escrituras cortas, etc., día, mes y fecha ut supra, etc. Fijado en la puerta de la gran Iglesia del Príncipe de los Apóstoles y en otros lugares corrientes y acostumbrados. “
A pesar de la gravedad de la declaración de guerra, esta encíclica no causó el mismo efecto en todas partes. Algunos Príncipes reinantes se apresuraron a darle inmediatamente la mayor eficacia, el Rey Augusto de  Polonia prohibió la Masonería en su país, y Federico I amenazó castigar con pena de muerte la participación en las ceremonias masónicas.  En los Estados Pontificios, el Cardenal Firrao publicó un edicto especial, anunciando la excomunión, con fiscalización de bienes y pena de muerte contra los masones. Tanto odio inspiró a Firrao, la “secta”, como la llamaba que en su edicto anunció, que serían arrasadas las casas en que se celebrasen reuniones masónicas. Estas amenazas se fueron cumpliendo en muchos casos. La Masonería de aquella época cuenta numerosos mártires cruelmente perseguidos y torturado por la Inquisición. Draconianamente obró el Gran Maestre de la Orden de Malta desterrando de por vida a seis caballeros que no obedecieron la prohibición de trabajar masónicamente.
De los impetuosos vientos que soplaban da prueba el trato que se dió a un escrito de defensa de la Masonería, titulado: “Relation apologique et historique de la Société des F. M. par J. G. D. M. F. M”, redactado en francés, pero impreso en Dublín. La Inquisición lo puso en el Índice y fue quemado por mano del verdugo, el 25 de Febrero de 1739 en Plaza de Santa María Minerva, de Roma, después de un servicio especial en la Iglesia. Sin embargo esta Apología, traducida a varios idiomas, fue el libro masónico más leído en el Siglo XVIII, como un comentario “semi- oficial” de la constitución. Tan solo en Alemania se imprimieron 6 ediciones en muy poco tiempo.
En 1751 apareció la Providas, encíclica condenatoria de la Masonería, lanzada por Benedicto XIV. Sus consecuencias fueron todavía mucho más graves que las de la primera, puesto que las persecuciones tomaron mucho mayor incremento. Como dijimos anteriormente, En España prendió la Inquisición a los masones y muchos fueron condenados a galeras. Fernando VI desterró a todos los masones como culpables de alta traición. De una manera especialmente rabiosa obró el Franciscano Fray José Torrubia, Censor y Revisor de la Inquisición de Madrid. Al efecto de luchar más eficazmente contra la Masonería ingresó en una Logia de Madrid, previamente absuelto por el Penitenciario Pontificio. En la acusación que algunos meses más tarde presentó a sus superiores, dijo que los masones eran sodomitas, brujos, herejes y ateos, y desde luego, sumamente peligrosos para el Estado y que “ para la mayor glorificación de la fe y edificación de los fieles deberían ser quemados vivos en un ejemplar auto de fe”. No se llegó a tan extrema consecuencia, pero se publicó un nuevo edicto real contra los masones.
La Inquisición portuguesa escribió los más sangrientos capítulos de la historia de la Masonería. Los tormentos, galeras y deportaciones estaban a la orden del día. Nos llevaría demasiado lejos la enumeración de aquellos pormenores. Los masones resistieron heroicamente. Muchos fueron mártires del Real Arte. Es verdad que en algunas partes lo recio de la persecución obligó a que las Logias suspendieran sus trabajos ya que ocasionalmente emigraran algunos masones, por ejemplo, los de Lisboa; pero en cuanto a la Masonería en sí y a su difusión no pudieron causarle daño. No hay que olvidar que a las Logias pertenecieron siempre altos dignatario eclesiásticos católicos, hasta el punto de que hubo Logias compuestas casi exclusivamente por clérigos.
El diputado católico en el consejo imperial y el congreso,  doctor Victor V. Fuchs, En un discurso pronunciado en 1897, en Viena, dijo que en Austria existían 185 masones pertenecientes al clero católico. Y no eran simples curas de misa y olla, sino dignatarios de la Iglesia cuya mayoría honraban gloriosamente su ministerio, y estaban convencidos por experiencia propia de que la Masonería era cosa muy diferente de lo que decían las encíclicas pontificias. Sin embargo, no pudieron ser un dique contra la corriente de odio que se derramó sobre la Masonería.
De 1760 a 1780 se extendió la persecución a Alemania. De que índole fue se infiere del sermón del capuchino P. Schuff, en la catedral de Aquisgrán, quien durante la cuaresma de 1778 apoyado por el dominico P. Greineman, dijo lo siguiente:
“Los judios que crucificaron a nuestro Salvador eran masones. Pilatos y Herodes eran jefes de una Logia. Judas, antes de traicionar a Jesús se había hecho masón en una sinagoga y cuando devolvió las treinta monedas de plata, antes de suicidarse, no hizo otra cosa que pagar la tasa para su ingreso en la orden. “
Pero los masones no quedaron inactivos frente a discursos de esta clase, y hay cantidad de cartas abiertas de estos tiempos en las que protestaron enérgicamente contra tan ciego fanatismo. Apenas publicó un periódico Romano las injuriosas y groseras calumnias de dichos dos frailes, un Príncipe reinante alemán les escribió en estos significativos términos:
“Honorables padres:
Varios informes, confirmados por la prensa diaria, han puesto en mi conocimiento el celo con que tratáis de afilar la espada del fanatismo contra personas pacíficas, virtuosas y honradas llamadas masones. Como antiguo dignatario de esta venerable Orden rechazo con todo mi poder, las calumnias que injurian a dicha orden y quiero quitaros de los ojos el denso velo que os hace ver como centro de todos los vicios, el templo que levantamos a todas las virtudes. ¿Cómo? Honorables padres: ¿ queréis retrollevarnos a aquellos siglos de ignorancia y barbarie que deshonraron la inteligencia humana a los tiempos del fanatismo que los ojos de la razón y del buen juicio miran estremecidos, cuando la hipocresía, sentada en el trono del despotismo, encadenó a la humanidad, quemando vivos sin distinción alguna como brujos, a cuantos sabían leer. No solamente llamáis brujos a los masones, sino que los tildáis de ladrones, sodomita, gente infame, predecesores del Anticristo, y excitáis a todo un pueblo a que extermine esta raza maldita.
Honorables padres, los ladrones no obran como nosotros que nos imponemos el deber de ayudar a los pobres y huérfanos; los ladrones al contrario los explotan y despojan y se engordan con su botín, en el seno de la holgananza y la hipocresía. Los ladrones finalmente engañan a la gente y los masones la ilustran.
Los sodomitas no están en situación de poblar el estado con buenos padres de familia; en cambio, el masón que en su Taller recibe enseñanzas para el bien de la humanidad, es en el hogar doméstico buen padre y buen marido.
Los precursores del Anticristo dirigían seguramente todos sus esfuerzos hacia el aniquilamiento de la Ley del Supremo;  los masones no pueden atentar contra esta Ley sin derribar su propio edificio.
¿Y cómo pueden ser raza maldita quienes incansablemente buscan su gloria en la propagación de las virtudes que forman el hombre honrado?
 Postdam, 7 de Febrero de 1778.”
(Esta carta fue atribuida durante mucho tiempo a Federico el Grande,  pero recientemente se ha dudado de que él fuese el autor.).
En el siglo XIX no cesó la lucha de la Iglesia contra la Masonería Pío VII, que había reestablecido la Orden de los Jesuitas, publicó en 1814 una nueva encíclica contra la Masonería, y al poco tiempo otra en que llamaba a la Masonería “Cáncer y peste mortal de la sociedad”. La consecuencia fue, sobretodo en algunos países católicos,  el encarcelamiento de masones acusados principalmente de que “admiten en su sociedad a personas de todas las clases y nacionalidades, de todas las moralidades y todos los cultos”.
El 13 de Marzo de 1825 publicó León XII la “Quo graviora mala”, y en consecuencia de ella fueron ahorcados siete masones españoles sorprendidos en tenida de iniciación. En los años siguientes se registraron ejecuciones en Granada, Barcelona y una noche sangrienta en Lisboa. Desde los púlpitos españoles y portugueses se inició una tremenda persecución contra los masones, diciendo el franciscano Espadeiro en Lamego:
“Hermanos en Cristo, repetid: muerte y perdición para los masones, que han de ser exterminados hasta el último.”.
También Pío VIII, que solamente un año ocupó la sede pontificia condenó a los masones y lo mismo su sucesor Gregorio XVI.
Pío IX que luego ciñó la tiara durante treinta y dos años, y bajo cuyo Pontificado se elevó a la categoría de dogma la infalibilidad del Papa, condenó a la masonería no menos de ocho veces en encíclicas y alocuciones. La Masonería era para él, la “sinagoga de Satanás” y “una maldita secta de abominable perdición”.  A este criterio se opuso uno de los más conspicuos masones alemanes, el célebre Profesor de Jurisprudencia Vluntschli, de Heindelberg, entonces venerable de la Logia “Ruprecht de las cinco rosas” en carta abierta que publicó en 1865 y que todavía hoy puede servir de contestación a los ataques de los católicos:
“No es la primera vez que un Papa romano haya fulminado su anatema contra nuestra honorable orden. Ya clemente XII lo hizo 28 de Abril de 1738, y Benedicto XIV confirmó la condenación de su predecesor el 18 de Mayo de 1751. Mas tarde Pío VII y León XII hicieron algo parecido, pero cada vez sin éxito, de lo cual se lamenta el actual Papa.
Estas condenaciones de los Papas no se parecen en nada a los fallos de nuestros tribunales de justicia. El motivo para estas condenaciones fueron difamaciones secretas que no se comunicaron a los acusados. No hay acusación pública ni defensa publica, ni secreta. Faltan todas las garantías para un juicio imparcial y un fallo seguro. La sospecha suplanta a la prueba, se supone culpabilidad y se pronuncia la sentencia, sin forma de juicio.
La Masonería como sociedad de hombres libres es fiel a las leyes del Estado, pero como no pertenece a ninguna institución eclesiástica ni a ninguna Iglesia confesional no está sujeta a ninguna autoridad eclesiástica. Por lo tanto, la condenación del Papa no tiene fuerza ni valor para nuestra Orden. Pero si el jefe supremo de la iglesia católica quiere condenarnos, sin antes oírnos, queremos examinar los motivos en que apoya su opinión.
El primero y más importante motivo que todos los Papas han mencionado siempre en primer lugar en su fallo de condenación es el reproche de que nuestra Orden admite en su seno como hermanos a hombres de diferentes religiones y sectas. De esta manera, como se expresó Benedicto XIV, “Se enturbia la pureza de la religión católica”. “
Este primero y más grave reproche, queridos hermanos, confesémoslo con franqueza, es indudablemente verdad. Si es un crimen que hombres de diferentes creencias, sin tomar en consideración su confesión religiosa, se estrechen las manos en señal de amistad, entonces nos confesamos culpables de este crimen. Es verdad que nuestra Orden, desde su origen y siempre más y más claramente, han reconocido como verdad fundamental, que en todas las religiones hay hombres honrados y capacitados, muy dignos de que se les considere y ame como hermanos. Siempre y en todo tiempo la Masonería ha considerado cómo un delito de lesa humanidad la persecución de un hombre por diferencia de fe religiosa. Los masones se anteponen ante toda ortodoxia el cumplimiento moral de los deberes. Estos principios fundamentales que durante algún tiempo tuvieron que recluirse en las logias, son hoy, a pesar de las persecuciones de los clérigos fanáticos, los principios fundamentales de toda persona culta, y están confirmados en las leyes de todos los pises civilizados. Por lo tanto, si se condena a la Masonería, participarán de esta condenación todas las personas cultas y todos los países civilizados.

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