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Sexo verbal: guía sobre cómo se debe hablar en la cama
No es ningún secreto a estas alturas: nada empieza por el Punto G. Las palabras pueden ser caricias tan placenteras que hay quienes afirman que el sexo verbal puede ser aún mejor que el otro, ese del que todos hablan, el sexo oral.
El ‘sexting’ o sexo telefónico es un buen comienzo para iniciarse en el sexo verbal. Los mensajes telefónicos subidos de tono con la pareja pueden servir de campo de entrenamiento antes de pasar a decirse cosas en la cama.
Gráfico | El País
El lugar queda un poco más arriba de todo lo demás. Del Punto G y la pelvis. De la cintura y el coxis. Del cuello y la boca. Pero es tan importante como todo lo demás. En realidad no es un lugar sino un sentido, el del oído. Allí, algunos, empiezan a hacer el amor antes de empezarlo a hacer. Allí, algunos, estimulados por lenguas no necesariamente cercanas, experimentan placeres suficientes como para hacer temblar el resto del inventario.
Es el poder de la palabra en medio del acto sexual. Los especialistas tienen un nombre simple para todo eso: sexo verbal. Sus practicantes, una sentencia complicada de entender para quienes aún no se hayan dejado caer: puede ser incluso mejor que el sexo oral.
La dificultad está en su misma sencillez. Porque todos pueden decir cosas en la cama, pero en la cama no se puede decir cualquier cosa. Algunas palabras, lanzadas como dardos de encendida pasión, pueden ser recibidas como témpanos de hielo. La línea que divide la estimulación erótica del insulto ramplón, es tan delgada que en muchos casos la aventura puede terminar en hipotermia. Un “así, perra”, es uno de los ejemplos más frecuentes de la forma en que un término de lujuriosa intención puede convertirse en grosería imperdonable si la pareja no está en la misma sintonía. Así que si usted es novato en el asunto y quiere correr el riesgo sin haber tanteado el terreno, no está de más que cuando se decida a ‘hablar sucio’ tenga a mano una cobija bajo la cama.
Flavia Dos Santos, la sexóloga brasilera que trabaja en el Canal Caracol y tiene más de 800.000 seguidores en Twitter, dice que hoy en día, con las facilidades de acceso pornográfico que permite la tecnología, muchas personas caen en el error de hablar de una forma que creen sexy cuando no lo es. “Uno tiene que hablar lo que siente verdaderamente. Existen personas que se excitan mucho con las palabras, hablando o escuchando, y otras que no. Es un tema de negociación y acuerdo con la pareja. Y lo más importante es que se haga genuinamente y no por haberlo visto en una película o porque alguien lo recomendó. Hablar mientras se hace el amor debe ser algo que nace”.
Flavia dice también que es común que al principio, en el sexo verbal, haya algún desencuentro. Que a uno le guste y al otro no. Que en el uno surta efecto y en el otro no. Por eso lo que ella recomienda es un juego previo: “Antes de llegar a la cama es interesante, por ejemplo, pensar en personajes, darse el permiso de asumir un rol distinto para el sexo: ‘yo soy la Mata Hari y tú eres un hombre que me encontré en la calle’.
Lo que pasa es que muchas veces uno tiene toda una actitud seria, distinta, callada y de pronto está en la cama en otro estado y se asustan. Por eso es importante la preparación, empezar a subir el tono de las palabras en los preliminares para ahuyentar el miedo. Todo en la cama es válido siempre y cuando los dos estén de acuerdo y sientan placer. Porque tampoco sirve estar de acuerdo si aquello es una tortura. Si ambos disfrutan, todo es válido”.
A pesar de ese pase libre que permite el placer consensuado, el sicólogo clínico y sexólogo Fernando Calero de la Pava cree que debe existir una suerte de manual de las buenas maneras para ‘hablar sucio’. En el primer lugar de su lista está no decir palabrotas hasta que no haya un alto nivel de confianza. De lo contrario, puede pasar que el “así, perra” en menos de lo que dura un jadeo, termine transformándose en un “así, no idiota”.
“No es lo mismo decir ‘te voy a hacer ser sentir muy rico’, en vez de ‘te voy a comer’. En el acto sexual, poseídos por el deseo, vale todo. Pero para llegar hasta ahí hay que recorrer un camino que puede no empezar si lo primero que se dice es una obscenidad”.
Julieta Parra, la periodista caleña creadora del monólogo de poesía erótica ‘Voy en Tacones’, dice que por eso es vital estar alerta a las señales. “Las mentes, cuando están en el acto sexual, tienen que estar muy despiertas para ver cosas así. No es tan cierto que a todos les guste hablar sucio. Es como el erotismo, que tiene tendencias: uno muy explícito como el del Marqués de Sade y otro, de solo sensualidad. Para mí, y creo que para muchas mujeres, es perfecto el equilibrio entre lo terrenal y lo mundano, una mezcla de hombre cansado y el que no puede dejar de elogiar el cuerpo que ve”.
Aunque no cree que sea necesario un protocolo, Julieta sí es partidaria de tener en cuenta algunas cosas. Una de ellas, no exagerar: “En el sexo no cabe tanta honestidad. No es ser hipócritas, sino que a veces a las verdades hay que ponerles un barniz de azúcar para que sean un motivador. Lo que potencializa el deseo y las ganas es que mi compañero se sienta deseado, atractivo, que lo hace bien. Y eso es mejor decirlo sin exagerar porque por meterse en el lenguaje sexual hay personas que se sobreactúan. Lo que se busca es decirle: ‘me encanta como lo haces’, ‘me fascina como te mueves’. Algo sencillo pero muy potente que cada quien irá descubriendo. El lenguaje erótico es una construcción individual”.
“Cuando hablas en la cama funciona igual que en otra parte, lo que haces es proyectar imágenes y según cómo lo digas eso sube de nivel: el tono, más el gemido y la respiración, todo suma. Las mujeres somos muy de oído. Nos encanta que nos digan, que nos hablen, que nos celebren el cuerpo, que nos elogien así la gravedad esté haciendo de las suyas. Los hombres son más visuales”, dice Julieta antes de colgar el teléfono.
Como en todo lo demás que ocurre en la cama, el sexo verbal no tiene fórmulas ni secretos. O bueno, solo uno. El mismo que aplica para todo: pensar antes de hablar. Y si el afán o las ganas o la falta de tiempo no dan espera y es imposible contener la lengua, tener una cobija junto a la almohada no está de más.
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