Postales de la infamia, explotación sexual infantil en Cartagena (Primera parte)
Los niños con precio
Por: Laura Ardila Arrieta
Silencioso, discreto, este delito recorre las calles de esa ciudad y parece ignorado por autoridades, residentes y turistas que disfrutan de festivales, cumbres y fiestas cada mes.
La explotación sexual infantil en Cartagena (Primera parte).
Explotación sexual infantil
Yo me llamo Dayana Andrea*, tengo 16 años y comencé a ejercer la prostitución desde que tenía 13… No, no, no, desde que tenía 12… Todo comenzó porque yo me iba a trotar ahí a la Plaza de Toros y conocí a un señor que me dijo que si yo quería ganar dinero… Él me llevó a un sitio que se llama El Maracaná. Era un burdel. Él me conquistó a mí diciéndome que iba a ganar dinero, ¿ya? Y como esta ciudad es tan pobre… ¿ya me entiendes? Y yo no es que esté muy bien que digamos, ¿ya? Yo acepté porque mi mamá no me quería regalar ni pa mis toallas higiénicas… Y yo ya era una señorita… Él cobraba 40 mil por mí y me daba 20. Si el cliente tenía dinero cobraba 100. Siempre sacaba la mitad… Después empecé yo sola. Ya los policías me dejaban trabajar… porque ellos lo dejan trabajar a uno… Todavía estoy trabajando…
Ella es el rumor que niegan los promotores turísticos. El dolor de cabeza de algunas autoridades. Un mal chiste en las plazas del Centro Histórico amurallado que de tanto en tanto se engalana con la presencia de un presidente, un artista internacional, un cualquiera. En el mundo de los grandes festivales culturales que se realizan aquí anualmente, de los invitados de lujo atraídos por la historia de este jardín de las delicias de casi 500 años, esta muchachita con cuerpo de mujer es apenas la negraza de culo firme que se ve en una calle por ahí, se mira un segundo y deja de existir.
Ella ni siquiera forma parte de las estadísticas. Porque no hay cifras confirmadas ni registro único de datos sobre menores explotados sexualmente en Cartagena de Indias —la consentida de Colombia y sede alterna del Gobierno Nacional, 1.090 kilómetros al norte de Bogotá—. Extraoficialmente, se dice que llegarían a los 2.000. Andan por ahí, casi invisibles, en cualquier esquina, en cualquier cuarto de hotel barato. La ciudad que fue un pueblo de esclavos, siglos después, lo sigue siendo.
De vez en cuando se escuchan noticias de ellos. Registros discretos, claro. La más reciente es de hace un mes cuando el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) capturó al ciudadano inglés Paul Anthony Brailsford en la vecina Santa Marta. Vivía en Cartagena desde 2001 y en su apartamento se encontraron fotos de niñas desnudas. La postal de la infamia: dos hermanitas, de 12 y de 14, teniendo sexo oral entre ellas. Se declaró inocente.
Viernes, 11:00 p.m. De nuevo un festival (esta vez el Internacional de Cine de Cartagena) concentra la atención de ese único 30% de población que no vive en condiciones de pobreza. La noche promete movimiento en la Plaza de los Coches, donde se levanta la antigua Torre del Reloj, que es la entrada principal a la ciudad amurallada: suena el bullerengue de un grupo folclórico, la salsa de un establecimiento al aire libre y las botellas de cerveza en las mesas del lugar. Sonríen los turistas, sonríen los nativos. Empiezan a aparecer las chicas solas que también sonríen, a cada extraño que pasa por su lado.
Un primer intento con un vendedor ambulante de chicles y cigarrillos que pasa por la plaza:
— ¿Cómo te llamas?
— Julio.
— Julio, ¿sabes dónde se consiguen chicas jóvenes?
— ¡Pero claro! Si tu quieres te llevo ya, es aquí cerquita.
Ciertamente no está lejos. Es con exactitud a una cuadra del Palacio de la Aduana, donde funciona la Alcaldía Mayor, en la calle Cochera del Gobernador. Es un puticlub y se llama Isis. La alcaldesa Judith Pinedo nos contó que han intentado cerrarlo varias veces, pero los dueños “tienen todo en orden”. No parece haber menores aquí.
Julio se desaparece. La Plaza de los Coches, el Camellón de los Mártires y las calles Primera de Badillo y de la Media Luna están ahora llenas de “chicas jóvenes” que caminan solas de un lado a otro, atentas, acaloradas. También las hay viejas, gordas, negras, blancas. Muy pocas parecen menores de edad con esos tacones altos y todo ese maquillaje. Son pura calle.
3:00 a.m. El hombre es flaco, de cabello largo, bigote canoso y acento paisa. Tiene puesta una chaqueta negra con el logo de Isis. Dijo llamarse Rafael:
— Me dijeron que estaban buscando chicas. Ustedes estaban en Isis, ¿verdad?
El reportero gráfico que me acompaña apenas alcanza a asentir.
— Encontraron al que era, papá. Yo soy el tipo que hace el putitour en esta ciudad. Ustedes díganme qué quieren no más que yo se los consigo. ¡Lo que quieran! Miren, miren no más estos folletos, mijo.
— ¿Tiene menores?
— ¡Lo que quieran! ¿De cuánto la quieren? ¿De 13, de 14? Hace poquito un español me estuvo pidiendo una de nueve.
— ¿Y cuánto cobra?
— Ah no, hermano, eso sí usted arregla directamente con la pelada, pero eso sí le puedo decir: son unas ricuritas, con la piel suavecita, de buen cuerpo, mamacitas, como las mujeres de aquí. Eso sí, el pelo lo tienen apretadito.
— ¿La puede buscar ya?
— Nooo, a esta hora ya no. Mire, ellas están por aquí más temprano, porque muchas viven con sus papás. Las encuentran como de 9 a 11. ¿La quieren para un trío?
— ¿Hace cuánto trabaja acá?
— Ustedes como que están haciendo muchas preguntas. Pilas, no me saldrán con que son entrevistadores, hijueputa. Yo llevo mucho aquí, papá, yo soy el hombre, el propio para lo que quieran. Pidan, pidan lo que quieran…
Dayana Andrea parió a los 14. Le puso Sebastián. El padre era un cliente, un taxista, al que se lo daba por 40 mil pesos la hora y quien después, por supuesto, no quiso volver a saber de ella. Dayana Andrea no sólo sería uno de los 2.000 niños prostituidos de Cartagena. Es, además, una de las 4.600 madres adolescentes que cada año dan a luz en la ciudad. No es la madre más chiquita. En 2009, la Clínica de Maternidad Rafael Calvo atendió a cuatro niñas de 11 que tuvieron ahí a sus hijos. Dayana Andrea a veces se pierde de la casa en la que vive con su abuela y su hermano, pero nunca deja de ir a llevarle jugos y pañales a Sebastián.
Tenía 7 años cuando la violó el marido de su madre. La violó a los 7, a los 8, a los 9. Ella, dice, era la segunda mujer del tipo. Tenía 13 años la primera vez que se vio amenazada por la acción de la Policía: una madrugada hubo redada en El Maracaná porque corrió el rumor de que ahí estaba trabajando una menor de edad. La escondieron debajo de una cama sobre la cual otra muchacha prestaba un servicio. Tenía 15 años cuando comenzó a consumir drogas en un prostíbulo llamado Añoranzas. Marihuana. Se la brindó una compañera de labores. También probó el perico, pero no le gustó.
Ahora trabaja en la calle. En el sector conocido como la bomba El Amparo, una esquina en la que funciona una gasolinera a unos 45 minutos del Centro Histórico, por el que de vez en cuando se pasa para buscar más clientes. Dayana Andrea no lo sabe, pero en un año llegan en promedio a la ciudad entre 500 mil y 700 mil turistas, por tierra, por avión, en cruceros (al aeropuerto internacional Rafael Núñez, por ejemplo, arribaron 137 mil pasajeros de otros países en 2010). La cifra es lo de menos. Ella sólo sabe que llegan y que traen dinero. El dinero que ella necesita para sus cosas del colegio, uno público en el que cursa por las noches los grados 8° y 9°. Y para su niño.
Yo salgo más que todo los viernes, sábados y domingos… Trabajo de 1 a 5 de la mañana… Pero mi bebé nunca me ve ni llegar ni salir… En un día me hago 200, pero los extranjeros, mira, pagan más. Yo he estado con italianos, con gringos. Me dan 100, 150… Aquí ganan mucho las menores de edad porque a los hombres les gustan las niñas. O sea, no las buscan tanto por menor, sino por la morbosidad, ¿si me entiendes? Piensan que las niñitas son más cerraditas… Esas cosas… ¿ya?... Tu sabes cómo son los hombres… Yo ahora estoy con un hombre, él no hace nada, él es bandido… antes me regalaba y me regalaba, pero ya ahora es diferente... Porque mira, él me partió la boca… Yo no lo dejo porque él me ayuda cuando yo doy cosquillas, ¿sabes qué es eso? O sea, yo meto los dedos en los bolsillos sin que se den cuenta. A veces saco 600, a veces saco un millón, a veces saco 100. Es fácil. O sea, yo vengo y me acerco a los hombres… Comienzo a seducirlos, les saco el dinero… ¡Ay! Pero si te digo esto y tu lo sacas, ¡imagínate! Después los hombres no se dejan… Después yo te muestro pa que sepas…
Los niños prostitutos existen. Están en las calles. Toca buscar su rastro en las instituciones. Allá, donde está la gente seria con sus papeles y sus estadísticas. Allá, donde, se supone, se encuentra el plan mágico de las autoridades para acabar con este delito.
Los números son muy pocos: la Unicef asegura que en Colombia 30.000 menores son explotados sexualmente. A la Fundación Renacer, con sede en la ciudad, se le atribuye que en Cartagena podrían ser de 2.000 a 3.000, aunque la institución no confirmó el dato y más bien aclaró que llegar a uno definitivo es complicado. En las entidades estatales la cifra es una hoja en blanco: ni la Alcaldía ni la Policía Metropolitana ni el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) ni la Fiscalía pudieron dar una.
Pero hay algunos números para entender el fenómeno: la llamada ciudad Heroica tiene oficialmente 852.236 habitantes, aunque se habla de que éstos ya sumarían el millón. El 70% vive en condiciones de pobreza, algunos en las tristes invasiones que conforman un cordón de miseria que ha sido comparado con las zonas más infortunadas de África. De ahí, de entre los pobres, saldría gran parte de los muchachitos que terminan prostituidos.
Es la explicación de Quelis Rodríguez y Antoine Lissorgues, de la fundación suiza Tierra de Hombres, que trabaja desde hace 30 años en el país y es la única en Cartagena que, además de realizar acciones de prevención, representa jurídicamente a las víctimas sin ningún costo.
El director regional del ICBF, Jorge Redondo, declara que si la pobreza fuera un condicionante, “el 75% de la población cartagenera estaría en esa situación”.
Como sea, Rodríguez y Lissorgues describen el siguiente panorama: “Antes de 2005 era muy común ver a los menores en la calle. Ahora, con la tecnología que brindan las redes sociales y el celular, es menos evidente el contacto”.
Y describen las modalidades de los explotadores: prostitución infantil en el barrio, en la calle, en los establecimientos, en las redes sociales (ver recuadro). El entramado del turismo sexual incluye en ocasiones a taxistas, cocheros, botones de los hoteles, vendedores ambulantes, como Julio, el hombre de la Plaza de los Coches.
Dayanas y Rafaeles andan por todas partes en este salón nacional de fiestas que es Cartagena de Indias sin que nadie repare mucho en ellos. Excepto, claro, los interesados en el negocio. Incluyendo a uno que otro extranjero.
Los extranjeros, mija… ay, ojalá un extranjero me sacara de pobre… pero yo no les creo… a veces me arman unos shows porque yo les prometo una hora y después apenas los dejo como 15 minutos… Un día uno me partió la cara, todo esto, mira… Me quería quitar la plata que él ya me había pagado y yo no me quería dejar… ¿Qué historia, verdá?
“A los 15 le vendí mi virginidad a una agencia de prepagos”: David
Como perdí el 10º decidí salirme del colegio y meterme a una agencia de prepagos que manejaba un muchacho bogotano. Yo tenía 15, pero él siempre me pedía que, con los clientes, aparentara ser de menor edad. Que me vistiera como niño, especialmente con los extranjeros, que pagaban de 200 para adelante, aunque la mitad siempre iba para la agencia.
Cuando les dije que era un pelao virgen, me dijeron que eso se podía vender bien. Me tomaron unas fotos y como un día después la vendí en millón y pico. El tipo me dijo que era un médico como de 40 años, profesor en una universidad. La agencia conseguía todos los clientes con avisos en el periódico, pero yo nunca estuve en ninguna oficina. O sea, todo funcionaba como clandestino.
A mí nunca me gustaron las mujeres, por eso me siento yo en el mundo gay. Yo no estoy en la prostitución, sólo dejo que me agreguen por Facebook y si hay gente que gusta de mí y me ofrece algo, yo estoy con ellos. Eso sí, nunca me bajo de 200. Así me compro mis cosas, mi Blackberry, ropa para mí.
Mira, yo nunca he visto a niñas de seis años en esto. Yo cumplí 18 en noviembre y siempre veo que es con peladas de 14, de 15, que lo hacen porque quieren. Mira, a uno nadie lo obliga a meterse a esto.
* Los nombres de los menores fueron cambiados para proteger su identidad.
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