domingo, 8 de julio de 2012

LA REBELIÒN DE LOS ARRIEROS - ALFREDO CARDONA T.* Miembro de Número de la Academia Pereirana de Historia

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La rebelión de los arrieros


El asunto tomó ribetes peligrosos pues parte de la ciudadanía hizo causa común con los arrieros y el cura párroco de Balboa los respaldó.

Alfredo Cardona T.*El Diario del Otún

Al lado de los escabrosos caminos barrenados por los cascos de las bestias, los arrieros levantaron tambos donde remataban las jornadas, daban agua y pasto a las recuas y preparaban el frugal alimento.

Entre tambo y tambo se hicieron hombres  los abuelos y se cuajó el destino de  estas tierras mientras en los tragadales de las trochas retumbaron las blasfemias y en sus tremedales se zambulleron la Madremonte y la Patasola. En esas desoladas distancias gobernó el filo de los machetes y en numerosas ocasiones los escapularios completaron la mortaja de los guapos.
Con el tiempo las fondas remplazaron a los tambos y al lado de ellos nacieron aldeas como el poblado risaraldense de  Balboa, cuyo pasado y sus leyendas están íntimamente ligados a la arriería.

En los barrizales de la trochas de La Gironda se escucharon los ayes lastimeros de las almas en pena y el vozarrón de Pedro Benjumea, quien en las noches de luna arreaba sus mulas con un zurriago en una mano, y en la otra una botella de aguardiente.


Viejos tiempos
La carretera llegó con mucho retraso a la cabecera de Balboa, pues era casi imposible llegar a esa palomera asentada en un barranco y rodeada de fallas geológicas.

Después de muchos  estudios y de considerar, incluso, el traslado del pueblo a un sitio menos agreste, los ingenieros de Manizales escogieron la ruta que va  por Cachipay, en vez de seguir la trocha de La Gironda que atravesaba la  Hacienda de San Francisco de Portugal.

Como la agreste topografía dificultó los trabajos y las obras de la carretera quedaron paralizadas por un largo tiempo, los arrieros continuaron trasportando el café de las veredas altas hasta el sitio de Santa Sofía, donde lo recogían los camiones y lo llevaban a La Virginia.
En Santa Sofía, igualmente, las mulas cargaban la cerveza y los víveres con destino a  la cabecera municipal.

La taponó
Al abrirse el carreteable por Cachipay, el dueño de la Hacienda San Francisco taponó la vieja vía obligando a los arrieros a utilizar la carretera aumentando considerablemente la jornada. Ante esa situación el malestar de los arrieros fue en aumento hasta que el conflicto estalló el 26 de marzo de 1943.

Ese día Lisímaco Ramírez rompió las alambradas de San Francisco de Portugal y retomó con su tropilla el viejo camino de la Gironda;  “ayer a eso de las dos de la tarde -informó Germán Mejía a las autoridades- estaba yo alambrando en el punto conocido como Tres Esquinas, cuando llegó a dicho lugar Lisímaco Ramírez con varias mulas cargadas.

En el lugar se encontraban Don Miguel Londoño, propietario de San Francisco, y unos trabajadores de la carretera. Lisímaco sacó la peinilla y cortó los alambres que cercaban el antiguo camino y ante los reclamos del Sr. Londoño, le dijo que le diera bala o lo hiciera meter a la cárcel, pues no iba a dejar de transitar por el camino que había utilizado toda su vida.”

A  Lisímaco Ramírez  se sumaron Eduardo Sánchez, Jesús María Gaviria, alias el Diablo, Miguel Gómez y otros arrieros  que picaron el resto de las alambradas de San Francisco, cerraron la carretera y continuaron  transitando por el viejo camino de La Gironda.
El asunto tomó ribetes peligrosos pues parte de la ciudadanía hizo causa común con los arrieros y el cura  párroco los respaldó al considerar  que la llegada de los choferes y los carros traería la perdición al pueblo y la desgracia para muchas doncellas.


Se complican
En uno de los viajes a La Virginia, Miguel Hoyos se topó con su tocayo Miguel Londoño, dueño de San Francisco, y lo desafió a pelear; el arriero se anudó el poncho en la mano izquierda, desenfundó el machete, se acercó al hacendado y rastrillando el arma contra el piso sacó chispas al empedrado.

A Don  Miguel Londoño no lo asustaron las fintas, ni la arremetida del energúmeno, cubrió el revólver con el poncho, agarró un taburete y se sentó a observar los desplantes del arriero que no se atrevía a darle plan ni a tirarle con el machete; después de unos cuantos revuelos y palabrotas, Miguel Hoyos se retiró soltando todo un salterio de amenazas.

La autoridad por fin intervino en Balboa, una docena de gendarmes enviados desde Pereira y Anserma capturaron a Lisímaco y demás compañeros, en medio del revuelo general de la ciudadanía, y los condujeron a la cárcel  sindicados de daños en propiedad ajena.

Pero el escarmiento  no sirvió de nada, el 8 de abril de 1943 Marcos Muñetón destrozó las alambradas de la Hacienda San Francisco y cuando las instalaron de nuevo el arriero Evaristo Cano las volvió a cortar.

Con el apoyo de la fuerza pública la carretera llegó por fin a la plaza del pueblo sin que lo impidieran la naturaleza, el cura y los arrieros.

El precio del tranporte se encargó de  dirimir definitivamente  el conflicto en favor de los automotores... la  trocha de la Gironda  se llenó de rastrojo, se apagó el replique de los cascos en Cachipay y  los arrieros se fueron Balboa adentro, a lomas perdidas adonde no ha llegado, hasta ahora, el  bufido de los yiyes.

*  Miembro de Número de la Academia Pereirana de Historia

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