domingo, 28 de octubre de 2012

TODOS SOMOS LO QUE NUESTROS SUEÑOS NOS MUESTRAN - ANGEL GOMEZ GIRALDO. DIARIO DEL OTUN

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“Todos somos lo que nuestros sueños nos muestran”

Angel Gómez Giraldo

El Diario del Otún

No supe por dónde entró la mujer pero había tomado posesión de mí. A horcajadas con su enorme trasero encima me oprimía el pecho y me dificultaba la respiración.
Galopaba con la habilidad de una amazonas sosteniéndose con las manos de mi cabellera de muchacho rebelde.

Yo me sentía inerte e inerme sobre el lecho y en situación desventajosa para actuar en defensa propia.

La situación era aún peor ya que al estar en posición de boca arriba, con esta abierta, facilitaba el ingreso de los espíritus que después de la media noche salen a castigar indiferencias, desprecios y rechazos al amor.

El tormento era mayor porque mientras se movía a la jineta con las piernas dobladas, abrazando y golpeando mis costillas, hostigaba y aupaba como si en realidad estuviera encima de un caballo de carreras.

Su rostro no era rostro sino un gesto repugnante maquillado para asustar al público de carnaval. No tenía cabello. Su cabeza estaba cubierta de serpientes que le caían como trenzas sobre los hombros.

Su anatomía no era esquelética como tradicionalmente las han pintado en historias y cuentos infantiles.

Tenía la musculatura de un campeón mundial de boxeo.

De mamas femeninas, nada. Todo era músculo como pasa con las personas que se dedican al fisiculturismo.

Su aparición
Había llegado justo a la media noche de un día viernes en que todo puede pasar menos que no pase nada.

Eso sí, había un mar de frío que congelaba la sangre para preocupación de los vampiros y vampiresas que cuando eso pasaban por una palidez extrema.

Cosa rara, la llegada de la arpía no fue antecedida por estruendos en la cocina, aunque en honor a la verdad, debo señalar que antes de tirarme a la cama, de la repisa de porcelanas que adornaba el comedor se desprendió una muñeca que al caer sobre el piso quedó vuelta añicos produciéndole un disgusto a mamá.

Lo recuerdo ahora, esa noche tan fría tenía apenas un cachito de luna haciendo esfuerzos por romper el velo de nubes y proporcionarle esa escasa luz a la noche.

La aprecié gracias a que desde niño he tenido la costumbre de no entregarme al sueño sin antes abrir el ventanal de mi alcoba y echarle una mirada de explorador a la noche.

 Es que siempre se ha dicho que mirando la noche sabemos cómo será la mañana del día siguiente.

No niego que después de ver una luna reducida y deprimida con ausencia de estrellas tuve un pálpito para los miedos y los sustos.

Sin embargo me entregué al sueño con la placidez del niño protegido, pues la seguridad de la casa era de obligatoria revisión por el último integrante de la familia en llegar al descanso nocturno.

Era tanta la seguridad de mi casa, impuesta por los abuelos, que había más trancas y cerrojos que puertas y ventanas.

Debo de confesar aquí que tales medidas no obedecían tanto al temor que producía en la familia ladrones y asaltantes, sino a que pudieran ingresar de una manera furtiva, con la complicidad de la oscuridad de la noche, hombres lujuriosos en busca de mujeres solteras para desflorar.

El despertar
Despertar y salir de esa pesadilla fue para mí descanso y alegría pues nadie sabe cómo es de difícil para un hombre respirar con una vieja fea encima.

“¡Bruja!” Sí, nada extraño ya que desde la más temprana edad las había visto revolotear sobre la cuna. Salían de las narraciones de los adultos que con cuentos de hadas duermen a los más pequeños y así escapar a su molesto llanto.

Cómo me podía pasar eso a mí que siempre he dicho que a las brujas hay que tenerlas a “metros” debido a que se les acusa de tener pactos con el diablo y ser aliadas de los espíritus malignos.
Europa llegó a tener tantas brujas afectando la fe católica y atormentando a las almas buenas con sus hechicerías que se vio en la obligación de quemarlas vivas en hoguera pública.

No se salvaron ni las más expertas en la magia negra, veteranas que volaban por encima de las nubes para no ser detectadas por el enemigo.

Yo también, luego de salir de tan horrible pesadilla, lo que quise fue quemar la bruja para vengarme.

Identificada

Era que la tenía plenamente identificada. Estaba en la casa de Zulma, mi compañera y amiga de colegio, la tarde que pasé a recogerla para ir al cine.

Con la edad en que la mujer no aguanta tratamiento distinto al de señora por parte de las demás personas y con una fealdad capaz de alejar al hombre menos escrupuloso, se me puso de frente en el momento de serme presentada.

Durante el ritual social hizo gala de una simpatía tan evidentemente erótica que para retirar mi mano de la suya fui tan brusco que estuve a punto de quedarme con la de ella.

Calculadora y oportuna, logró que Zulma nos dejó solos en la sala mientras constataba frente al espejo de su peinador que no había pasado nada con su maquillaje y que estaba en condiciones de salir a la calle, para entregarme un escrito de su puño y letra pidiéndome con voz suave y dulzona que se lo pasara a máquina y se lo devolviera oportunamente.

Con esos ojos, antorchas encendidas, y con ese mismo ímpetu iría a cabalgar después sobre mi cuerpo acostumbrado a las mejores glorias.

La tarde con mi amiga Zulma fue de verdad tan de película que nos sacó los mejores comentarios en la charla del bar.

Al llegar la hora de dejarnos para ir a los sueños, porque tampoco todo puede ser realidad, en la intimidad de la alcoba y mientras sacaba toda la basura que los hombres metemos en los bolsillos para no dejarlos en la calle, vi entre mis manos el manuscrito de la mujer que se encontraba de visita en la casa de Zulma.

Quedé como quien acaba de donar su sangre a un vampiro: Pálido y macilento. Del escrito se destacaba el siguiente título: “La Oración del Tabaco”.

No me quedaba la menor duda. La mujer era una bruja y de las bravas. De las que “rezan” a los hombres para tenerlos siempre a su lado.

Dónde habitan las brujas

Siendo dicha mujer de una fealdad tan destartalada, mi amiga decía que la casa que habitaba era más fea que ella. No me resultaba raro teniendo en cuenta que “el lugar que uno habita da forma a su apariencia”.

¿Entonces las brujas bellas dónde están? ¿De verdad quieren saberlo? En la mansión llamada Internet.

No reflejan maldad por ninguna parte. Saben que son brujas modernas. Que las mujeres no conquistan a los hombres con hechicerías y brujerías sino con belleza física.  Proceden como si supieran que una buena presencia es la mejor carta de presentación que tienen las personas.
La bruja que encontré en casa de Zulma, mi amiga, por cierto una muchacha tan bonita que a su lado cualquier hombre perdía la decencia, no volvió a cabalgar sobre este animal tan bien domesticado porque no pude volver a conciliar el sueño en horas de la noche.

 Estragos que hace el miedo que ataca por la noche para que las ojeras se vean al llegar el día.
A pesar del miedo a la bruja, en ningún momento quise convertirme en instrumento suyo para hacerle el “trabajito” de trascribirle a máquina la “Oración del Tabaco” que terminó en el cesto de la basura.

En el mismo momento que decidí ir al médico para que acabara con mi insomnio y me regulara el sueño, me llegó Zulma con la noticia de que la bruja que tenía de visita ya no era. Que había viajado a su pueblo de origen para no regresar nunca más: Mocoa.
Alegría tanto durante el día como la noche.

Con esa paz espiritual que recupera la persona exorcizada tomé el libro “La Interpretación de los sueños” de Sigmund Freud que me llamaba desde su posición de libro viejo que espera ser releído permaneciendo cerrado sobre uno de los nocheros de mi habitación.

Al abrirlo de forma aleatoria me topé con una página que mostraba una frase subrayada con marcador de color amarillo: “Todos somos lo que nuestros sueños nos muestran”.

Cómo contradecirlo si dos días antes de iniciar este trabajo periodístico, de paso por la Plaza de Bolívar me detuve para saludar a dos señores de la tercera edad, conocidos por cuestiones de la profesión, paisanos de esos que nunca cambiaron su aspecto de hombres rurales.

¿Saben de qué hablaban cuando les llegué de manera espontánea?

De brujas. Uno sostenía a raja tabla que existen, mientras que el otro se empeñaba en firmar que no.

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