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Carta abierta a los organizadores de la marcha 6D
2 diciembre, 2011 in Sin categoría
La siguiente carta ha sido autorizada por su autor para ser publicada en Indígnate Colombia, opiniones y posturas presentadas son responsabilidad de quien la escribe.
José María Rodríguez González
Carta abierta a los organizadores de la marcha 6D
y al pueblo colombiano
2 de diciembre, 2011
EJÉRCITO DE COLOMBIA Y LAS FARC EN MARCHA 6D
Reflexiones sobre la marcha del 6 de diciembre
Estimados amigos,
Los acontecimientos de la mañana del Sábado 26 de noviembre volvieron los ojos de Colombia nuevamente sobre las FARC. Sería inexacto decir que el crimen de guerra cometido por las FARC ese día era para lograr el protagonismo y la atención máxima de toda la nación y hasta del mundo.
El impacto mediático de las FARC es prácticamente inevitable, así el gobierno hubiera querido mantener silencio sobre una operación militar que estuvo cerca del escenario de los acontecimientos, el magnetismo de las FARC lo hubiera impedido como efectivamente lo hizo otra vez. ¿Por qué cualquier delito que cometa las FARC roba la atención de Colombia?
¿Le daríamos primera plana de los periódicos a todos los crímenes que abruman a los colombianos hasta en ciudades como Medellín, Bogotá y Cali? No. Eso es reservado solamente a los asesinatos más originales, sensacionales o de relación con personalidades de cualquier campo. El anuncio de la criminalidad ordinaria es selectivo. El anuncio de los crímenes de las FARC por pequeños que sean nunca son selectivos, todos cuentan.
A diario hay secuestros que quedan por fuera de las estadísticas y del conocimiento público. Sin contar que no existe la primera banda criminal que guarde a un secuestrado por más de unas contadas semanas, máximo. La idea de la delincuencia común es tener una ganancia rápida por su presa, en eso consiste su negocio criminal.
En mayor cantidad que los secuestros todos los días hay asesinatos en Colombia, Más de cuatro personas son asesinadas a quemarropa por atracadores cada día, sin embargo estamos acostumbrados a que cualquier muerto por la delincuencia común, que se eleva a altos porcentajes diarios en todo el país, no tenga la prensa que la gente se imagina y la mayoría de asesinatos, heridos, secuestrados y demás víctimas del crimen ordinario quedan ignorados. Si contáramos los crímenes que diariamente anuncian la radio, la televisión y la prensa llegaríamos a la conclusión de que el crimen es un problema insignificante de Colombia.
La violencia mayor que vive Colombia es la de la delincuencia común, pero la delincuencia común no mueve a nadie porque nos hemos malacostumbrado a convivir diariamente con ella.
¿Cuánta gente se atropellaría para hacer una marcha contra los criminales que todos los días asesinan, roban, atracan, violan y cometen la variedad más increíble de crímenes contra la ciudadanía? Ni una sola persona. ¿Por qué? Porque estamos acostumbrados a que es normal que el crimen exista y opera diariamente, el crimen se ha vuelto parte de lo que tenemos que afrontar cada día de nuestras vidas. El crimen es parte de la vida colombiana como el pan diario. La delincuencia es tan común en nuestras vidas que por eso debe ser que la llamamos delincuencia común.
Pero, cualquier delito que cometa las FARC acapara la atención nacional por una única y sencilla razón: Las acciones de las FARC son ciento por ciento políticas y ese impacto político es imposible de eludir.
El solo hecho de nombrar las FARC significa nombrar la amenaza de un sistema de poder, eso es político. Significa nombrar un enemigo radical del Estado, eso es político. Significa un poder que amenaza cambiar todo lo que conocemos de la economía y la política de Colombia. Todo esto es político.
Las FARC no son temidas porque maten cuatro u once secuestrados, cuatro o veinticinco uniformados, sino porque cada una de esas muertes impactan, aunque sean tan pocas en comparación a los altos índices de asesinatos diarios de Colombia, porque significan ataques a Colombia. Esto, atacar a Colombia –una acción política-, es lo que diferencia a las FARC de la delincuencia común y de los abrumadores crímenes que reinan en las estadísticas del crimen colombiano.
El crimen ordinario es inofensivo políticamente, no es político, no atenta contra el Estado, no intenta tomar el poder ni quiere dirigir nuestros destinos. Nos roban pero nos dejan nuestra religión y creencias políticas. Se llevan nuestras propiedades y se van. Aunque dejen detrás un muerto o más, ninguno de esos crímenes va a afectar el status quo de todos los colombianos, el del estado ni el del gobierno.
El poder mediático de las FARC es el resultado única y exclusivamente de su carácter político. Su magnetismo nacional no es nada más ni nada menos que la comprobación de su poder político. Cualquier operación y avance de las FARC es interpretado y temido como un avance político contra el Estado y el gobierno colombiano.
Las FARC saben de memoria que sus crímenes no pueden quedar ignorados como si quedan los de la delincuencia común. Las FARC no tiene que cometer muchos crímenes, uno solo de cualquier magnitud es suficiente para mantener una asegurada presencia pública amplia y una ineludible conmoción política nacional. Las FARC disfrutan de la primera plana de la prensa, las primicias de la radio y los especiales de la televisión. Y hasta las calles de las capitales de Colombia también son escenarios para la popularidad de las FARC. En política mala propaganda es buena propaganda.
Al parecer el gobierno, y esa parte de la ciudadanía que vive alerta día y noche de todas las noticias sobre las FARC, piensa ingenuamente que el nuevo crimen cometido hace unos días por las FARC les daría otra oportunidad para aumentar el desprecio y el rechazo hacia ellas.
Sin percatarse que los crímenes de las FARC son políticos, el tratamiento de héroes que recibieron los cuatro uniformados asesinados prueba ante Colombia y el mundo que el país quedó herido políticamente, porque si se tratara de honrar a soldados muertos se habría venido cometiendo injusticias por años contra los más de cuatro mil uniformados muertos solamente durante el doble gobierno anterior de acuerdo a estadísticas militares. Y ninguno de esos miles de uniformados muertos recibió homenaje nacional en la Catedral Primada de Colombia con asistencia del presidente, altos dignatarios de su gobierno y la primera plana de la jerarquía militar y policial de la nación. Y tampoco ninguno recibió la publicidad mediática ni inspiró ninguna marcha. A pesar de que la inmensa mayoría de esos miles de uniformados murieron como verdaderos héroes combatiendo y dejando sus vidas en el campo de batalla.
Es indudable que el gobierno y los medios volvieron a caer en la trampa que le tendió a Colombia el pasado gobierno alegando que las FARC son criminales y no tienen una pizca de política. Colombia trató estos cuatro asesinatos de las FARC como crímenes ordinarios que no deberían quedar en el olvido, como todos estamos acostumbrados con los crímenes ordinarios, sino que contradictoriamente los elevó al mayor rango político posible. Colombia mostró el dolor político de cuatro muertes de uniformados contratados para morir por Colombia y no como los millares de ciudadanos civiles que nadie ha contratado para morir y son asesinados salvaje e impunemente todos los días por la delincuencia común a lo largo y ancho de Colombia.
Realmente no hubo ninguna verdadera honra a los cuatro uniformados asesinados, lo que hubo fue una despliegue político en respuesta al alto contenido político del crimen de las FARC. En su afán de magnificar la respuesta política contra las FARC el gobierno como acostumbra, pero sin medir las consecuencias de moral para los uniformados, se inventó que los asesinados eran héroes de la patria. Todo prisionero de guerra queda automáticamente obligado a dar su vida, primero porque es su deber por la patria y para eso le pagan y segundo porque ser prisionero es una suerte que puede cambiar si deciden ejecutarlo para humillar al enemigo.
Realmente los cuatro asesinados no hicieron nada heroico. Tres de ellos simplemente obedecieron voltearse y recibieron sus tiros de gracia, eso no es ningún heroísmo. Y el cuarto se equivocó y en vez de correr en la dirección que creía correcta estaba corriendo en dirección contraria y al ver que por su error lo perseguían corrió como un diablo para esconderse y luego verificar si eran amigos y pedir auxilio a unos soldados. Eso si que menos es heroísmo.
Actos heroicos son actos de supremo valor y ejemplo para cada miembro del ejército y la policía. El último ejemplo dado es que si un soldado se ve perseguido por un militante de las FARC lo heroico es correr como un diablo para esconderse y pedir auxilio. El sentido común nos enseña que ese falso héroe, forzado a ser inventado por el brutal golpe político de las FARC, daña la moral y el sentido del valor del ejército y la policía. Nadie en Colombia parece darse cuenta que lo único heroico posible en el último caso era haber desarmado al militante de las FARC, apresarlo y llevárselo para entregarlo a la justicia y mostrarlo vivo, como victoria del ejército.
El hecho de haberse inventado cuatro héroes en el último minuto demuestra el desequilibrio y la precipitación que el gobierno tuvo para tapar la vergüenza de que nunca fue capaz, ni en catorce años, de hacer algo por la liberación inmediata de cada miembro de sus fuerzas armadas. Cuando cae prisionero un militar o un policía la obligación inmediata y la urgencia de sus instituciones es lograr su liberación por cualquier medio que lo garantice vivo, porque ese prisionero es una doble humillación para la moral y para la institución armada.
Una, porque se dejó coger, estando armado, y dejarse coger es ya humillante y una derrota de por sí, peor si se pertenece a una entidad que ha gastado billones de dólares en entrenamiento y equipo para triunfar y no para caer en manos del enemigo.
Y la otra, porque es la destrucción de la moral de los combatientes de estas instituciones que saben que si las guerrillas los cogen su liberación nunca será la prioridad de sus compañeros, ni de la institución para la que trabajan ni del gobierno que defienden. Eso le mata el valor a cualquier combatiente. Si los uniformados en combate supieran que si caen en manos del enemigo su liberación se convierta en la primera tarea del ejército y la policía y que desde ese momento no descansarán hasta que los liberen de cualquier medio, con vida por supuesto, entonces, el valor de los combatientes se multiplica porque sienten el apoyo real de sus compañeros, del arma a la que pertenecen y del gobierno al que defienden.
Que con toda la cháchara del doble gobierno anterior ese jamás se haya interesado siquiera por saber dónde tenían las FARC a estos uniformados, hoy asesinados, y que jamás haya hecho el mínimo esfuerzo por rescatar o negociar la inmediata liberación de esos uniformados no solo es una vergüenza para esos dos gobiernos que anteceden pero una que dejó de herencia al actual gobierno.
No se debe hacer eco del gran error político del gobierno de inventarse héroes para tapar catorce años de incapacidad y humillación para lograr la inmediata y obligada liberación de sus soldados caídos en manos del enemigo. Lo que hubiera evitado que las FARC dejaran al descubierto la crónica falla militar de rescatar vivos a los suyos.
Todo, los pomposos funerales y las fiestas mediáticas por estos cuatro inventados héroes, que en realidad son cuatro grandes víctimas de catorces años de indolencia, inercia y abandono negligente que con impunidad el mismo gobierno los condenó a su suerte y a que sufrieran todos los riesgos posibles, incluida su muerte, solo enaltecen a las FARC.
En estas circunstancias es un cinismo corruptor que el gobierna pretenda liderar la marcha del 6 de diciembre con su apoyo. El invento de cuatro héroes para enmascarar la incapacidad del gobierno durante 14 años para liberar cuatro personas que cayeron en manos del enemigo es suficiente. Enmascararse también con la marcha es el colmo del cinismo.
El oculto chichón de la marcha del 4 de febrero 2008 fue el apoyo efectivo desde el gobierno nacional y todas sus representaciones diplomáticas en el mundo. No fue una marcha organizada única y exclusivamente por el pueblo colombiano como la de MANE que tumbó la Ley 30.
Hay que aprender de la experiencia de los resultados.
Pero si el apoyo del gobierno ilegitima la marcha, también la ilegitima una marcha contra las FARC porque es un reconocimiento más del poder político de las FARC y de cómo ese poder hirió a Colombia para mostrarle la herida, cuando lo que hay que hacer es curarla.
Una marcha de esa clase solo podría ser para mostrar cuanto se odia a una organización beligerante subversiva y guerrillera, que aunque la llamen “terrorista narcotraficante’ eso no le quita un pelo a su amenaza ni al poder político efectivo que la misma marcha corroboraría. El único beneficio de una marcha de tal naturaleza sería la superficial catarsis de los fanáticos que la apoyan, pero no produciría absolutamente ningún resultado respecto a las FARC, porque las FARC no poseen ningún poder sobre los colombianos como si lo tiene el gobierno, por lo que si los marchantes duraran meses y años expresando su odio, las FARC continuarán igual puesto que sus operaciones y función no están basadas en la opinión pública, sino en el real ataque y debilitamiento político y militar de las estructuras del estado.
Una marcha para echar a un dictador como Hosni Mubarak tiene sentido porque muestra la erosión de su poder y que su propia gente no lo apoya. No hay otra salida honrosa que renunciar. Las FARC no tienen poder en el Estado. Están fuera del Estado. Una marcha no está erosionando ningún poder de las FARC.
Una marcha contra la Ley 30 tiene sentido porque quien participa en ella sabe que mientras estén marchando están creando una presión que demuestra lo impopular de una política y en consecuencia amenaza la popularidad misma del gobierno.
Las deserciones se producen por diferentes motivos, la marcha es mínima para ellas, pero una cosa es segura: que no son los militantes más leales ni en los que una organización debiera confiar. Por lo que al final, que las FARC se libren de militantes que pueden fácilmente ser sus traidores no es como una pérdida que van a lamentar.
Las FARC no recibirían ninguna presión. Tomar el poder por la vida armada no requiere gozar de ninguna popularidad. El interés de las FARC es la desestabilización y el colapso del estado y no realmente ganar un reinado de simpatía.
Al final es una marcha descalabrada, como un grito en el vacío, como de ingenuos que gritando solos creen que están diciéndole algo a una pared. Es la humillación de hablar sin que las FARC tengan interés en oírlos.
Una marcha de esos parámetros justifica la lucha de las FARC, les da la razón de que lo que están haciendo, sea lo que sea, tiene un indiscutible impacto profundo que puede explotar si hay la gente que las hace presente a gritos, aunque sea negativamente. Las FARC quedan definitivamente seguras de que no son ignoradas y que con una acertada política pueden voltear esa popularidad a su favor.
Cuando una marcha pretende enfrentarse a las FARC hay una ampliación de su influencia política. Si las FARC solo influenciaran a 20 personas ¿valdría la pena hacer una demostración de miles por esa pequeña influencia de las FARC? Sería contraproducente.
Una marcha solo contra las FARC reafirmaría y garantizaría la presencia de las FARC en la actual historia de Colombia, y aunque eso sea cierto ¿hay necesidad de gritarlo? Una marcha de esas características pone la situación semejante a la de la ex novia que no pierde ninguna oportunidad y hasta busca al ex novio para gritarle “te odio”. Si de verdad alguien nos enerva lo normal es no querer ver esa persona ni que nos la nombren. Pero el fanatismo de muchos colombianos los lleva a ridiculeces y cosas tan absurdas como odiar a las FARC y pedir que el nombre de las FARC aparezca en toda su propaganda hasta el extremo de llevar la palabra FARC en su pechos para que todo el mundo la vea, haciéndola memorable.
Este tipo de sinsentido no debe permitirse en la marcha.
El expresidente Uribe y las FARC se pelean constantemente por protagonismo nacional ¿De qué le sirve a la nación caer en ese juego? ¿Por qué no aislar esas ambiciones políticas y mejor enfrentar la violencia en Colombia, que venga de donde venga el resultado es el mismo: colombianos muertos?
Las marchas son manifestaciones políticas porque son el poder de las masas que se enfrentan a algo o por algo.
La marcha fue creada y originada en la lucha contra la violencia en Colombia, inspirada en el asesinato de los cuatro uniformados, pero no quedándose en eso, que solo es uno de los innumerables y diferentes actos de violencia que a diario suceden en Colombia. Si la marcha logra que Colombia tenga conciencia de lo negativo y contraproducente que es el odio, causa de la violencia, su servicio será un paso histórico hacia la civilidad y el avance de los colombianos hacia vivir todos en una sociedad en paz.
Para que tenga verdadero éxito, la marcha del 6 de diciembre próximo debe ser auténticamente del pueblo colombiano y debe ser contra toda forma de violencia armada en Colombia. Debe ser por erradicar el odio, que es el que genera la violencia, y por cambiar la historia de Colombia con una paz sólida que ojalá comenzara con la libertad de prisioneros envueltos en el conflicto armado.
El odio es un aliciente de la guerra no una manera de terminarla
Cordialmente,
José María Rodríguez González
Especialista en conflictos armados
y política exterior
José María Rodríguez González
Carta abierta a los organizadores de la marcha 6D
y al pueblo colombiano
2 de diciembre, 2011
EJÉRCITO DE COLOMBIA Y LAS FARC EN MARCHA 6D
Reflexiones sobre la marcha del 6 de diciembre
Estimados amigos,
Los acontecimientos de la mañana del Sábado 26 de noviembre volvieron los ojos de Colombia nuevamente sobre las FARC. Sería inexacto decir que el crimen de guerra cometido por las FARC ese día era para lograr el protagonismo y la atención máxima de toda la nación y hasta del mundo.
El impacto mediático de las FARC es prácticamente inevitable, así el gobierno hubiera querido mantener silencio sobre una operación militar que estuvo cerca del escenario de los acontecimientos, el magnetismo de las FARC lo hubiera impedido como efectivamente lo hizo otra vez. ¿Por qué cualquier delito que cometa las FARC roba la atención de Colombia?
¿Le daríamos primera plana de los periódicos a todos los crímenes que abruman a los colombianos hasta en ciudades como Medellín, Bogotá y Cali? No. Eso es reservado solamente a los asesinatos más originales, sensacionales o de relación con personalidades de cualquier campo. El anuncio de la criminalidad ordinaria es selectivo. El anuncio de los crímenes de las FARC por pequeños que sean nunca son selectivos, todos cuentan.
A diario hay secuestros que quedan por fuera de las estadísticas y del conocimiento público. Sin contar que no existe la primera banda criminal que guarde a un secuestrado por más de unas contadas semanas, máximo. La idea de la delincuencia común es tener una ganancia rápida por su presa, en eso consiste su negocio criminal.
En mayor cantidad que los secuestros todos los días hay asesinatos en Colombia, Más de cuatro personas son asesinadas a quemarropa por atracadores cada día, sin embargo estamos acostumbrados a que cualquier muerto por la delincuencia común, que se eleva a altos porcentajes diarios en todo el país, no tenga la prensa que la gente se imagina y la mayoría de asesinatos, heridos, secuestrados y demás víctimas del crimen ordinario quedan ignorados. Si contáramos los crímenes que diariamente anuncian la radio, la televisión y la prensa llegaríamos a la conclusión de que el crimen es un problema insignificante de Colombia.
La violencia mayor que vive Colombia es la de la delincuencia común, pero la delincuencia común no mueve a nadie porque nos hemos malacostumbrado a convivir diariamente con ella.
¿Cuánta gente se atropellaría para hacer una marcha contra los criminales que todos los días asesinan, roban, atracan, violan y cometen la variedad más increíble de crímenes contra la ciudadanía? Ni una sola persona. ¿Por qué? Porque estamos acostumbrados a que es normal que el crimen exista y opera diariamente, el crimen se ha vuelto parte de lo que tenemos que afrontar cada día de nuestras vidas. El crimen es parte de la vida colombiana como el pan diario. La delincuencia es tan común en nuestras vidas que por eso debe ser que la llamamos delincuencia común.
Pero, cualquier delito que cometa las FARC acapara la atención nacional por una única y sencilla razón: Las acciones de las FARC son ciento por ciento políticas y ese impacto político es imposible de eludir.
El solo hecho de nombrar las FARC significa nombrar la amenaza de un sistema de poder, eso es político. Significa nombrar un enemigo radical del Estado, eso es político. Significa un poder que amenaza cambiar todo lo que conocemos de la economía y la política de Colombia. Todo esto es político.
Las FARC no son temidas porque maten cuatro u once secuestrados, cuatro o veinticinco uniformados, sino porque cada una de esas muertes impactan, aunque sean tan pocas en comparación a los altos índices de asesinatos diarios de Colombia, porque significan ataques a Colombia. Esto, atacar a Colombia –una acción política-, es lo que diferencia a las FARC de la delincuencia común y de los abrumadores crímenes que reinan en las estadísticas del crimen colombiano.
El crimen ordinario es inofensivo políticamente, no es político, no atenta contra el Estado, no intenta tomar el poder ni quiere dirigir nuestros destinos. Nos roban pero nos dejan nuestra religión y creencias políticas. Se llevan nuestras propiedades y se van. Aunque dejen detrás un muerto o más, ninguno de esos crímenes va a afectar el status quo de todos los colombianos, el del estado ni el del gobierno.
El poder mediático de las FARC es el resultado única y exclusivamente de su carácter político. Su magnetismo nacional no es nada más ni nada menos que la comprobación de su poder político. Cualquier operación y avance de las FARC es interpretado y temido como un avance político contra el Estado y el gobierno colombiano.
Las FARC saben de memoria que sus crímenes no pueden quedar ignorados como si quedan los de la delincuencia común. Las FARC no tiene que cometer muchos crímenes, uno solo de cualquier magnitud es suficiente para mantener una asegurada presencia pública amplia y una ineludible conmoción política nacional. Las FARC disfrutan de la primera plana de la prensa, las primicias de la radio y los especiales de la televisión. Y hasta las calles de las capitales de Colombia también son escenarios para la popularidad de las FARC. En política mala propaganda es buena propaganda.
Al parecer el gobierno, y esa parte de la ciudadanía que vive alerta día y noche de todas las noticias sobre las FARC, piensa ingenuamente que el nuevo crimen cometido hace unos días por las FARC les daría otra oportunidad para aumentar el desprecio y el rechazo hacia ellas.
Sin percatarse que los crímenes de las FARC son políticos, el tratamiento de héroes que recibieron los cuatro uniformados asesinados prueba ante Colombia y el mundo que el país quedó herido políticamente, porque si se tratara de honrar a soldados muertos se habría venido cometiendo injusticias por años contra los más de cuatro mil uniformados muertos solamente durante el doble gobierno anterior de acuerdo a estadísticas militares. Y ninguno de esos miles de uniformados muertos recibió homenaje nacional en la Catedral Primada de Colombia con asistencia del presidente, altos dignatarios de su gobierno y la primera plana de la jerarquía militar y policial de la nación. Y tampoco ninguno recibió la publicidad mediática ni inspiró ninguna marcha. A pesar de que la inmensa mayoría de esos miles de uniformados murieron como verdaderos héroes combatiendo y dejando sus vidas en el campo de batalla.
Es indudable que el gobierno y los medios volvieron a caer en la trampa que le tendió a Colombia el pasado gobierno alegando que las FARC son criminales y no tienen una pizca de política. Colombia trató estos cuatro asesinatos de las FARC como crímenes ordinarios que no deberían quedar en el olvido, como todos estamos acostumbrados con los crímenes ordinarios, sino que contradictoriamente los elevó al mayor rango político posible. Colombia mostró el dolor político de cuatro muertes de uniformados contratados para morir por Colombia y no como los millares de ciudadanos civiles que nadie ha contratado para morir y son asesinados salvaje e impunemente todos los días por la delincuencia común a lo largo y ancho de Colombia.
Realmente no hubo ninguna verdadera honra a los cuatro uniformados asesinados, lo que hubo fue una despliegue político en respuesta al alto contenido político del crimen de las FARC. En su afán de magnificar la respuesta política contra las FARC el gobierno como acostumbra, pero sin medir las consecuencias de moral para los uniformados, se inventó que los asesinados eran héroes de la patria. Todo prisionero de guerra queda automáticamente obligado a dar su vida, primero porque es su deber por la patria y para eso le pagan y segundo porque ser prisionero es una suerte que puede cambiar si deciden ejecutarlo para humillar al enemigo.
Realmente los cuatro asesinados no hicieron nada heroico. Tres de ellos simplemente obedecieron voltearse y recibieron sus tiros de gracia, eso no es ningún heroísmo. Y el cuarto se equivocó y en vez de correr en la dirección que creía correcta estaba corriendo en dirección contraria y al ver que por su error lo perseguían corrió como un diablo para esconderse y luego verificar si eran amigos y pedir auxilio a unos soldados. Eso si que menos es heroísmo.
Actos heroicos son actos de supremo valor y ejemplo para cada miembro del ejército y la policía. El último ejemplo dado es que si un soldado se ve perseguido por un militante de las FARC lo heroico es correr como un diablo para esconderse y pedir auxilio. El sentido común nos enseña que ese falso héroe, forzado a ser inventado por el brutal golpe político de las FARC, daña la moral y el sentido del valor del ejército y la policía. Nadie en Colombia parece darse cuenta que lo único heroico posible en el último caso era haber desarmado al militante de las FARC, apresarlo y llevárselo para entregarlo a la justicia y mostrarlo vivo, como victoria del ejército.
El hecho de haberse inventado cuatro héroes en el último minuto demuestra el desequilibrio y la precipitación que el gobierno tuvo para tapar la vergüenza de que nunca fue capaz, ni en catorce años, de hacer algo por la liberación inmediata de cada miembro de sus fuerzas armadas. Cuando cae prisionero un militar o un policía la obligación inmediata y la urgencia de sus instituciones es lograr su liberación por cualquier medio que lo garantice vivo, porque ese prisionero es una doble humillación para la moral y para la institución armada.
Una, porque se dejó coger, estando armado, y dejarse coger es ya humillante y una derrota de por sí, peor si se pertenece a una entidad que ha gastado billones de dólares en entrenamiento y equipo para triunfar y no para caer en manos del enemigo.
Y la otra, porque es la destrucción de la moral de los combatientes de estas instituciones que saben que si las guerrillas los cogen su liberación nunca será la prioridad de sus compañeros, ni de la institución para la que trabajan ni del gobierno que defienden. Eso le mata el valor a cualquier combatiente. Si los uniformados en combate supieran que si caen en manos del enemigo su liberación se convierta en la primera tarea del ejército y la policía y que desde ese momento no descansarán hasta que los liberen de cualquier medio, con vida por supuesto, entonces, el valor de los combatientes se multiplica porque sienten el apoyo real de sus compañeros, del arma a la que pertenecen y del gobierno al que defienden.
Que con toda la cháchara del doble gobierno anterior ese jamás se haya interesado siquiera por saber dónde tenían las FARC a estos uniformados, hoy asesinados, y que jamás haya hecho el mínimo esfuerzo por rescatar o negociar la inmediata liberación de esos uniformados no solo es una vergüenza para esos dos gobiernos que anteceden pero una que dejó de herencia al actual gobierno.
No se debe hacer eco del gran error político del gobierno de inventarse héroes para tapar catorce años de incapacidad y humillación para lograr la inmediata y obligada liberación de sus soldados caídos en manos del enemigo. Lo que hubiera evitado que las FARC dejaran al descubierto la crónica falla militar de rescatar vivos a los suyos.
Todo, los pomposos funerales y las fiestas mediáticas por estos cuatro inventados héroes, que en realidad son cuatro grandes víctimas de catorces años de indolencia, inercia y abandono negligente que con impunidad el mismo gobierno los condenó a su suerte y a que sufrieran todos los riesgos posibles, incluida su muerte, solo enaltecen a las FARC.
En estas circunstancias es un cinismo corruptor que el gobierna pretenda liderar la marcha del 6 de diciembre con su apoyo. El invento de cuatro héroes para enmascarar la incapacidad del gobierno durante 14 años para liberar cuatro personas que cayeron en manos del enemigo es suficiente. Enmascararse también con la marcha es el colmo del cinismo.
El oculto chichón de la marcha del 4 de febrero 2008 fue el apoyo efectivo desde el gobierno nacional y todas sus representaciones diplomáticas en el mundo. No fue una marcha organizada única y exclusivamente por el pueblo colombiano como la de MANE que tumbó la Ley 30.
Hay que aprender de la experiencia de los resultados.
Pero si el apoyo del gobierno ilegitima la marcha, también la ilegitima una marcha contra las FARC porque es un reconocimiento más del poder político de las FARC y de cómo ese poder hirió a Colombia para mostrarle la herida, cuando lo que hay que hacer es curarla.
Una marcha de esa clase solo podría ser para mostrar cuanto se odia a una organización beligerante subversiva y guerrillera, que aunque la llamen “terrorista narcotraficante’ eso no le quita un pelo a su amenaza ni al poder político efectivo que la misma marcha corroboraría. El único beneficio de una marcha de tal naturaleza sería la superficial catarsis de los fanáticos que la apoyan, pero no produciría absolutamente ningún resultado respecto a las FARC, porque las FARC no poseen ningún poder sobre los colombianos como si lo tiene el gobierno, por lo que si los marchantes duraran meses y años expresando su odio, las FARC continuarán igual puesto que sus operaciones y función no están basadas en la opinión pública, sino en el real ataque y debilitamiento político y militar de las estructuras del estado.
Una marcha para echar a un dictador como Hosni Mubarak tiene sentido porque muestra la erosión de su poder y que su propia gente no lo apoya. No hay otra salida honrosa que renunciar. Las FARC no tienen poder en el Estado. Están fuera del Estado. Una marcha no está erosionando ningún poder de las FARC.
Una marcha contra la Ley 30 tiene sentido porque quien participa en ella sabe que mientras estén marchando están creando una presión que demuestra lo impopular de una política y en consecuencia amenaza la popularidad misma del gobierno.
Las deserciones se producen por diferentes motivos, la marcha es mínima para ellas, pero una cosa es segura: que no son los militantes más leales ni en los que una organización debiera confiar. Por lo que al final, que las FARC se libren de militantes que pueden fácilmente ser sus traidores no es como una pérdida que van a lamentar.
Las FARC no recibirían ninguna presión. Tomar el poder por la vida armada no requiere gozar de ninguna popularidad. El interés de las FARC es la desestabilización y el colapso del estado y no realmente ganar un reinado de simpatía.
Al final es una marcha descalabrada, como un grito en el vacío, como de ingenuos que gritando solos creen que están diciéndole algo a una pared. Es la humillación de hablar sin que las FARC tengan interés en oírlos.
Una marcha de esos parámetros justifica la lucha de las FARC, les da la razón de que lo que están haciendo, sea lo que sea, tiene un indiscutible impacto profundo que puede explotar si hay la gente que las hace presente a gritos, aunque sea negativamente. Las FARC quedan definitivamente seguras de que no son ignoradas y que con una acertada política pueden voltear esa popularidad a su favor.
Cuando una marcha pretende enfrentarse a las FARC hay una ampliación de su influencia política. Si las FARC solo influenciaran a 20 personas ¿valdría la pena hacer una demostración de miles por esa pequeña influencia de las FARC? Sería contraproducente.
Una marcha solo contra las FARC reafirmaría y garantizaría la presencia de las FARC en la actual historia de Colombia, y aunque eso sea cierto ¿hay necesidad de gritarlo? Una marcha de esas características pone la situación semejante a la de la ex novia que no pierde ninguna oportunidad y hasta busca al ex novio para gritarle “te odio”. Si de verdad alguien nos enerva lo normal es no querer ver esa persona ni que nos la nombren. Pero el fanatismo de muchos colombianos los lleva a ridiculeces y cosas tan absurdas como odiar a las FARC y pedir que el nombre de las FARC aparezca en toda su propaganda hasta el extremo de llevar la palabra FARC en su pechos para que todo el mundo la vea, haciéndola memorable.
Este tipo de sinsentido no debe permitirse en la marcha.
El expresidente Uribe y las FARC se pelean constantemente por protagonismo nacional ¿De qué le sirve a la nación caer en ese juego? ¿Por qué no aislar esas ambiciones políticas y mejor enfrentar la violencia en Colombia, que venga de donde venga el resultado es el mismo: colombianos muertos?
Las marchas son manifestaciones políticas porque son el poder de las masas que se enfrentan a algo o por algo.
La marcha fue creada y originada en la lucha contra la violencia en Colombia, inspirada en el asesinato de los cuatro uniformados, pero no quedándose en eso, que solo es uno de los innumerables y diferentes actos de violencia que a diario suceden en Colombia. Si la marcha logra que Colombia tenga conciencia de lo negativo y contraproducente que es el odio, causa de la violencia, su servicio será un paso histórico hacia la civilidad y el avance de los colombianos hacia vivir todos en una sociedad en paz.
Para que tenga verdadero éxito, la marcha del 6 de diciembre próximo debe ser auténticamente del pueblo colombiano y debe ser contra toda forma de violencia armada en Colombia. Debe ser por erradicar el odio, que es el que genera la violencia, y por cambiar la historia de Colombia con una paz sólida que ojalá comenzara con la libertad de prisioneros envueltos en el conflicto armado.
El odio es un aliciente de la guerra no una manera de terminarla
Cordialmente,
José María Rodríguez González
Especialista en conflictos armados
y política exterior
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