domingo, 27 de julio de 2014

ANGEL GOMEZ GIRALDO SIMON BOLIVAR EN FILANDIA.

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Simón Bolívar en Filandia
Ángel Gómez Giraldo
El Diario del Otún
Entre todas las personas que pasaban cerca a mí -me encontraba de pies en posición de estatua y actitud de matador en el centro de la plaza a la espera del primer astado de la corrida- me llamó sobremanera la atención de una mujer joven que salió como carta de la baraja de naipe en las manos del prestidigitador. 
El color de la piel era morena a punto de caramelo. Rostro de curuba de primera cosecha que adquiere la mujer al llegar a los 20 años de edad. Cuerpo tan armonioso que parecía hecho por encargo.
 
¡Ah, otra cosa era su vestimenta! Una imposible combinación de prendas puesto que iban de la más informal hasta la que le proporciona máxima elegancia a la mujer. 
Casi todas le quedaban cortas empezando por los shorts, pantaloncitos de tan escaso cubrimiento que parecían el pañal. 
 La visión de los varones era la de tener cerca a una mujer semidesnuda.
En realidad la desnudez era baja porque el torso, los pechos y la misma región frontal erótica superior lo cubría una blusa de seda color negro, de media manga, que ajustaba aún más su semblante inexpresivo.
 
De su mano derecha llevada a la cintura con refinamiento de gran dama, colgaba una cartera elaborada en engañoso material de cuerina.
Dejando deslizar la mirada por el tobogán de sus piernas terminé viendo sus pies de japonesa metidos en unos zapatos cerrados de color azul, que aumentaban considerablemente su estatura porque eran de tacones altos con una medida aproximada de 12 centímetros.
 
A pesar de esto sus pasos parecían tan seguros que resultaba imposible pensar en que fuera a dar algún traspiés.
Podría resumir su marcha como la de una muchacha de barrio popular con pretensiones de modelo.
¿Para dónde iba esta mujer de contrastes? Era la pregunta que uno se podía hacer para una respuesta de lógica: de viaje.
 
De viaje, porque el sitio que ocupábamos era el mismo atrio o entrada principal que da acceso al interior del terminal de transporte terrestre de Pereira. 
Los relojes marcaban las 7:00 de la mañana del domingo 20 de Julio, y el sol brillaba sobre los edificios de apartamentos que se levantan cerca a esta estructura. 
A pesar del día patrio era una “bandera” no ver una sola bandera tricolor asomarse por los ventanales y balcones de estas edificaciones.

Larga espera
Aunque mi posición de cuerpo quieto en un mismo lugar se asemejaba a la del matador de toros dispuesto a dar faena, la verdad era de la persona que espera, y como no existe espera corta continué esperando convencido de que a quienes esperaba terminarían llegando.
Llegó un momento en que la ansiedad me movía los ojos de la misma manera que lo hace el camaleón, oportunidad que me dio para seguir apreciando el exceso de informalidad que se puede ver hoy en la población, especialmente en la que viaja utilizando el trasporte intermunicipal e interdepartamental.
 
¿Cómo puede moverse tanta gente desde tan tempranas horas del día?
Llegaban a buscar transporte personas solas, en pareja, en grupo y hasta acompañadas por toda la familia.
 
Hombres jóvenes con pantalón pescador de dama y también shorts estrangulando genitales. ¿Y de los rodillones y cuchibarrigones qué? Con pantalón corto y camiseta china como los hombres más jóvenes. 
Y cómo omitir a los hombres que ya viven la edad de los anhelos: anhelo de volver a ser joven, anhelo de volver a enamorar, anhelo de tirar con buena puntería. Algunos muestran tal deseo en el arito que llevan en la oreja o en el piercing de la tetilla.
 
Con la casa
Un viaje con todo: maletas inmensas y morrales tan grandes que los viajantes no parecían llevar morral a la espalda sino la casa al hombro.
Otra cosa que me llamó la atención es que ninguna persona por anciana o impedida que esté físicamente se exime de viajar.
 
 Ayudé a ganar las escalinatas que adentran al usuario de la terminal en busca de las agencias de viajes, a personas en sillas de ruedas, a adolescentes con una pierna enyesada, a mujeres jóvenes que recién dejaron la sala de maternidad del hospital con el bebé consumiendo lo de sus pechos, y adultos con los brazos amputados. 
Igualmente me solidaricé con esos ancianos que aunque acompañados de uno de los hijos o pariente cercano requieren de otra mano porque son personas que dan un paso y se quedan preguntando cómo hacen para dar el siguiente.
 
Difícil ver tanto desaliño en otro sitio de concentración. Personas vestidas con prendas como sacadas al azar del cesto de la ropa sucia. Alguien me hizo saber que todo obedece a la comodidad y a la frescura de aire acondicionado que refleja el hombre contemporáneo ya que si no corre lo deja el tiempo envejeciendo en un mismo sitio.
 
Para Filandia
Habían pasado casi 3 horas cuando por fin aparecieron las personas que esperaba: el periodista Rubén Darío Franco y su hijo de 9 años que en homenaje al padre lleva su mismo nombre.
Disculparon la tardanza y el exceso de confianza con sonrisas de amigos que no dan cabida a reclamo alguno.
 
Así fuimos otros viajantes con destino a Filandia, invitados por autoridades locales y un grupo de ciudadanos de esta población quindiana, entre ellos uno de sus hijos más cívicos, don José Valencia.
Íbamos a participar en las fiestas del 20 de Julio que allí se realizan anualmente para conmemorar los hechos que ocasionaron el levantamiento popular y la firma del acta de independencia en Santafé de Bogotá el 20 de julio de 1810. 
 
Llegar a Filandia es hacerlo por un sendero carreteable de más de 2 kilómetros decorado a lado y lado del camino por pequeñas banderas de Colombia, pero suficientes para rellenar el corazón de buen nacionalismo. 
Al tener la plaza a la vista uno lo que ve es un pueblo apacible de una limpieza que brilla, fachadas estrenando colores, banderas en los balcones y ventanales gritando ¡que viva Colombia!
 
Los restaurantes y cafés atendidos por bellas muchachas vestidas de chapoleras sientan al turista y le ofrecen comida de la región.
Hombres y mujeres se pasean por la plaza luciendo los trajes de la campaña libertadora mientras una orquesta interpreta música en ritmo de salsa. 
 
Llegó Bolívar
A las 3:00 de la tarde el alboroto y la alegría son mayores. Y no era para menos: Simón Bolívar hizo su entrada triunfal con traje de general y parada militar, espada en mano. 
Me sorprendió que no mostraba cara de viejo sufrido. Por el contrario, su rostro era el de un mancebo bien alimentado y buena vida. 
 
De pronto con una mirada brillante y voz enérgica le gritó a la multitud que lo aplaudía y ovacionaba: “No me digáis Libertador, ni longaniza, ni mucho menos culo de hierro, decidme ciudadano”.
 
Detrás de él la soldadesca levantando viejas escopetas, jovencitas linajudas bien ataviadas y finalmente los arrieros con sus recuas de mulas y bueyes resoplando el cansancio de haber vuelto a pisar tierra de los viejos caminos del Quindío para una excelente interpretación y representación de la historia patria. 
 
No recuerdo haber visto a la Libertadora del Libertador. Mas estoy seguro que desfiló allí. Me refiero por supuesto a la Manuelita Sáenz de la que dice Daniel Samper Pizano con tanta gracia en su libro Lecciones de Histeria de Colombia: “No se sabe a ciencia cierta que la quiteña fuera lesbi, pero para ser sinceros tenía cosas un poco machorras a pesar de su normal belleza y encanto femenino...” 
Si alguien sabe de otro pueblo que conmemore los sucesos que se dieron el 20 de Julio de 1810 en Santafé de Bogotá, con tanto entusiasmo patriótico, me lo hace saber por favor.

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