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Viernes 30 de Agosto del 2013
Mi primera patria
CARTAS PEREIRA/ César Gaviria.
Yo -como dice el himno de Risaralda-, soy ‘fiel retoño de cepa labriega’.
No solo por haber vivido en tus campos y pasado muchas temporadas en Morelia, sino también porque todos los pereiranos, por sentencia irrevocable de Luis Carlos González, ‘aunque neguemos la enjalma y el ancestro caminero, llevamos dentro un arriero que le da perrero al alma’.
De aquí fueron mis padres y casi todos mis antepasados, quienes te quisieron tanto como yo.
En tus solares nací, me crié y tuve una vida feliz. En tí, mi juventud transcurrió en proporción asimétrica de sobriedad y de bohemia que no voy descifrar.
En tus calles viví lo que en ese entonces se acostumbraba: dar unas vueltas entre la séptima y la octava, para rematar con un ‘borondo’ por la Circunvalar, antes de aterrizar en la fuente Bolívar, hasta que llegaran los viernes, en los que, sin falta, hacíamos un recorrido de bares que terminaba en el Tricolor, si no es que también, furtivamente, en el ‘Carruco’, por allá al amanecer, para, en medio de la rumba, armar paseo de fin de semana a una finca -que casi siempre era la nuestra-, a la que, sin invitación y sin pretexto, llegaban a pasar la resaca todos los borrachos de la víspera.
Era, vista en retrospectiva, una vida pastoril y rutinaria, pero quienes la vivíamos estábamos convencidos de que no existía vividero mejor que Pereira.
Por eso, la partida, a estudiar, provocaba dolor. Había que dejarlo todo, porque el viaje duraba seis meses, durante los cuales, la única expectativa que albergábamos, era terminar semestre para -al otro día- estar de regreso en tu suelo, con la consigna ‘Pereira, vas a sabes de mi’, pues la intención era disfrutar, con frenesí, hasta el último instante de las vacaciones, lo cual se cumplía a plenitud.Eran otros tiempos.
Cuando los repaso, me doy cuenta de que ha transcurrido casi medio siglo.
¿Quién lo creyera? Era una época sin fotocopiadora, sin fax, sin computador, sin beeper, sin celular, sin impresora, sin scaner, sin internet, sin ipad, sin DVD, sin GPS, sin bluetooth, sin wifi, sin play station, sin xbox, sin instagram,sin facebok y sin skype.
Los paradigmas de modernidad eran el televisor y la grabadora, en lo tecnológico y un almacén Ley, en la 8ª con 17, que fue el precursor de las grandes superficies que hoy pululan.
Aquí conformé una familia y tuve a mis hijos, que te quieren tanto o más que yo.
Aquí, en tus barrios, en tus veredas, en tus aulas, en tus bares y en tus fincas, hice los amigos que he conservado a lo largo de la vida. Con ellos iba al Mora Mora y luego al Hernán Ramírez; con ellos vi a Los Chalchaleros en el Coliseo Mayor y a Maradona, cuando apenas era un niño, en el Hernán Ramírez.
Aquí en tu suelo, impulsados por los arrebatos de la juventud, nos decidimos a crear, a comienzos de los 70’s, un movimiento político, para disentir del jefe de toda la vida -el esposo de una tía-, con el romántico pretexto de que había que cambiar las costumbres.
En esa aventura, liderados por ‘El Plumón’, me acompañaron, entre otros, Gustavo Orozco, Martha Leonor Vélez e Iván Marulanda.
Cuando menos lo pensamos, estábamos metidos hasta los tuétanos. Hicimos mucha política, no solo en tus barrios y veredas, sino en todo el departamento.
Por cuenta de ella, un día de 1975, con escasos 26 años, me correspondió regir tus destinos, como Alcalde, lo que, para mí, constituyó una experiencia maravillosa. Hoy todavía no se si para tí fue buena, pero sigo creyendo que quien cometió la osadía de nombrarme, estaba corriendo un enorme riesgo. Por fortuna todo salió bien.
Era una época de sanas costumbres públicas. No conocíamos muchos de los grandes males que hoy contaminan la administración y la política.
Nadie pensaba en ellas con criterio de lucro. Se entendía como un servicio público, pasajero, que nos llenaba de orgullo.
Teníamos muy arraigado el concepto del civismo, que aprendimos de Gonzalo Vallejo, de Rafael Cuartas y de muchos otros hombres y mujeres extraordinarios; y de él hicimos el estandarte de nuestras realizaciones en los cargos.
No te imaginas las dificultades que teníamos que sortear para poder tener copias del presupuesto, del código de rentas o del de policía, para entregárselo a la prensa.
La única ayuda era el papel carbón con el que se podían imprimir por ahí tres copias.
Equivocarse era un drama y corregir era un ‘camello’. Pero, con todo y eso, las cosas se hacían bien y oportunamente. La procuraduría y la contraloría eran casi herramientas decorativas. No tenían mucho que escarbarnos.
En ésta, mi primera patria, conocí a los grandes hombres de la política y del gobierno.
Aquí, con los votos de tus ciudadano, tuve el impulso que me permitió desarrollar un destacado papel en la vida pública nacional y, luego, en la internacional.
Cada vez que repaso el itinerario de mi vida encuentro en tu suelo la semilla de mis logros.
Esa gratitud morirá conmigo.
En tu suelo yacen los grandes amores que le he devuelto a la tierra: mis abuelos, mis padres y mis hermanos. Aquí los he llorado y aquí espero acompañarlos en la última morada. Aquí quiero poder decir, en la serenidad de mi ocaso, como Nervo:
¡Vida, nada me debes!
¡Vida, estamos en paz!
Y, donde sea que me encuentre, te recuerdo con las palabras de Luis Carlos
“Inolvidable poblado,
aluvión de hidalgo ancestro,
donde tuvo la palabra
exactitud de punteros,
y donde sus pobladores
hicieron verdad sus sueños,
sin odio para sus gentes,
ni olvido para sus muertos”.
No solo por haber vivido en tus campos y pasado muchas temporadas en Morelia, sino también porque todos los pereiranos, por sentencia irrevocable de Luis Carlos González, ‘aunque neguemos la enjalma y el ancestro caminero, llevamos dentro un arriero que le da perrero al alma’.
De aquí fueron mis padres y casi todos mis antepasados, quienes te quisieron tanto como yo.
En tus solares nací, me crié y tuve una vida feliz. En tí, mi juventud transcurrió en proporción asimétrica de sobriedad y de bohemia que no voy descifrar.
En tus calles viví lo que en ese entonces se acostumbraba: dar unas vueltas entre la séptima y la octava, para rematar con un ‘borondo’ por la Circunvalar, antes de aterrizar en la fuente Bolívar, hasta que llegaran los viernes, en los que, sin falta, hacíamos un recorrido de bares que terminaba en el Tricolor, si no es que también, furtivamente, en el ‘Carruco’, por allá al amanecer, para, en medio de la rumba, armar paseo de fin de semana a una finca -que casi siempre era la nuestra-, a la que, sin invitación y sin pretexto, llegaban a pasar la resaca todos los borrachos de la víspera.
Era, vista en retrospectiva, una vida pastoril y rutinaria, pero quienes la vivíamos estábamos convencidos de que no existía vividero mejor que Pereira.
Por eso, la partida, a estudiar, provocaba dolor. Había que dejarlo todo, porque el viaje duraba seis meses, durante los cuales, la única expectativa que albergábamos, era terminar semestre para -al otro día- estar de regreso en tu suelo, con la consigna ‘Pereira, vas a sabes de mi’, pues la intención era disfrutar, con frenesí, hasta el último instante de las vacaciones, lo cual se cumplía a plenitud.Eran otros tiempos.
Cuando los repaso, me doy cuenta de que ha transcurrido casi medio siglo.
¿Quién lo creyera? Era una época sin fotocopiadora, sin fax, sin computador, sin beeper, sin celular, sin impresora, sin scaner, sin internet, sin ipad, sin DVD, sin GPS, sin bluetooth, sin wifi, sin play station, sin xbox, sin instagram,sin facebok y sin skype.
Los paradigmas de modernidad eran el televisor y la grabadora, en lo tecnológico y un almacén Ley, en la 8ª con 17, que fue el precursor de las grandes superficies que hoy pululan.
Aquí conformé una familia y tuve a mis hijos, que te quieren tanto o más que yo.
Aquí, en tus barrios, en tus veredas, en tus aulas, en tus bares y en tus fincas, hice los amigos que he conservado a lo largo de la vida. Con ellos iba al Mora Mora y luego al Hernán Ramírez; con ellos vi a Los Chalchaleros en el Coliseo Mayor y a Maradona, cuando apenas era un niño, en el Hernán Ramírez.
Aquí en tu suelo, impulsados por los arrebatos de la juventud, nos decidimos a crear, a comienzos de los 70’s, un movimiento político, para disentir del jefe de toda la vida -el esposo de una tía-, con el romántico pretexto de que había que cambiar las costumbres.
En esa aventura, liderados por ‘El Plumón’, me acompañaron, entre otros, Gustavo Orozco, Martha Leonor Vélez e Iván Marulanda.
Cuando menos lo pensamos, estábamos metidos hasta los tuétanos. Hicimos mucha política, no solo en tus barrios y veredas, sino en todo el departamento.
Por cuenta de ella, un día de 1975, con escasos 26 años, me correspondió regir tus destinos, como Alcalde, lo que, para mí, constituyó una experiencia maravillosa. Hoy todavía no se si para tí fue buena, pero sigo creyendo que quien cometió la osadía de nombrarme, estaba corriendo un enorme riesgo. Por fortuna todo salió bien.
Era una época de sanas costumbres públicas. No conocíamos muchos de los grandes males que hoy contaminan la administración y la política.
Nadie pensaba en ellas con criterio de lucro. Se entendía como un servicio público, pasajero, que nos llenaba de orgullo.
Teníamos muy arraigado el concepto del civismo, que aprendimos de Gonzalo Vallejo, de Rafael Cuartas y de muchos otros hombres y mujeres extraordinarios; y de él hicimos el estandarte de nuestras realizaciones en los cargos.
No te imaginas las dificultades que teníamos que sortear para poder tener copias del presupuesto, del código de rentas o del de policía, para entregárselo a la prensa.
La única ayuda era el papel carbón con el que se podían imprimir por ahí tres copias.
Equivocarse era un drama y corregir era un ‘camello’. Pero, con todo y eso, las cosas se hacían bien y oportunamente. La procuraduría y la contraloría eran casi herramientas decorativas. No tenían mucho que escarbarnos.
En ésta, mi primera patria, conocí a los grandes hombres de la política y del gobierno.
Aquí, con los votos de tus ciudadano, tuve el impulso que me permitió desarrollar un destacado papel en la vida pública nacional y, luego, en la internacional.
Cada vez que repaso el itinerario de mi vida encuentro en tu suelo la semilla de mis logros.
Esa gratitud morirá conmigo.
En tu suelo yacen los grandes amores que le he devuelto a la tierra: mis abuelos, mis padres y mis hermanos. Aquí los he llorado y aquí espero acompañarlos en la última morada. Aquí quiero poder decir, en la serenidad de mi ocaso, como Nervo:
¡Vida, nada me debes!
¡Vida, estamos en paz!
Y, donde sea que me encuentre, te recuerdo con las palabras de Luis Carlos
“Inolvidable poblado,
aluvión de hidalgo ancestro,
donde tuvo la palabra
exactitud de punteros,
y donde sus pobladores
hicieron verdad sus sueños,
sin odio para sus gentes,
ni olvido para sus muertos”.
Publicada por
César Gaviria Trujillo Expresidente de la Repúbilca
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