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Este marzo del 2011, se escriben estas líneas para no condenar al olvido a un pequeño grupo de mujeres, dentro de un pequeño país, que se enfrentaron a una gran guerra. En la Liberia de 1994, después de 5 años de violencia, ése grupo de mujeres con marcadas diferencias culturales se juntó para confrontarse no sólo a un dictador, sino a ambos lados de un conflicto sin fin. La idea era detener el caudal de sangre y recuperar su país. Rezar al diablo de vuelta al infierno.
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La semilla del mal llegó al pequeño país aún antes de su independencia. El territorio situado en la costa atlántica del continente africano, justo debajo de la región del Sahel y que colinda con Sierra Leona al oeste, Costa de Marfil al este y Guinea justo al norte; estuvo condenado a lo que ocurriría en 1989, por una mala división hecha con un siglo y medio de anterioridad.
Liberia. Esa promesa de paraíso fue hecha en 1822, año en que el hombre blanco dejaría que el negro fuera su hermano. El joven Estados Unidos les devolvió su vida a los esclavos que lo poblaban esa misma década, y como premio de consolación les ofreció una parte de su tierra madre: la antigua colonia americana en África.
El territorio con una superficie de 11 370 kilómetros cuadrados, casi equivalente a la del Estado de Durango, contenía gran cantidad de riquezas naturales: hierro, caucho, diamantes, tierras fértiles, etc. Riquezas que tuvieron dueños tan pronto se descubrieron, aún antes que el país fuera un país.
Veinticinco años después de la liberación, la colonia se convirtió en la primer República “independiente” del continente negro. A partir de ese momento la libertad se convirtió en una nueva lucha: la de la conservación. Y orgulloso, el pueblo divido en seis etnias nativas y una artificial (americo-africanos, que eran los esclavos liberados) compartió una misma idea.
La historia permaneció en un stand-by de paz difícil, el pueblo sobrevivió dos guerras mundiales, sobrevivió a sus vecinos y sobrevivió a sus propias diferencias. Hasta que, a ciento cincuenta años de su independencia, el año de 1980 se les presentó el diablo bajo su primera forma: Samuel K. Doe, su presidente número veintiuno. Y los problemas comenzaron.
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Era 1985, el país de la libertad estaba a un año de las elecciones presidenciales. Y “el hombre que cambió la historia”, Samuel K. Doe, quien cumplió 30 años en su cumpleaños 29 (Doe cambió su fecha de nacimiento por capricho), decidió que sólo existiría un partido político en su gobierno: el suyo.
Acabó su sexenio y como era de esperarse, ganó las elecciones de nuevo. Sin embargo, había otros hombres con cuernos y patas de chivo que codiciaban la silla de oro, los diamantes, las mujeres y los banquetes interminables de la élite presidencial. Entre ellos estaban Charles Ghankay Taylor, antiguo funcionario del gobierno de Doe, exiliado en el 83 por el desvío de un millón de dólares; y Prince Johnson.
Según ellos, era su turno de gobernar. El viejo tenía que retirarse aunque ello significara su muerte en video, con Johnson tomando una Budlight al presenciar la tortura.
Fue 1989, el año que comenzó el conflicto. Y 1990 el más sangriento de la historia de Liberia.
Con el tiempo las causas se fueron confundiendo con odio, con clases, con razas luchando entre ellas. Lo que fue un país se trazó como un mapa de puntos de producción: diamantes, caucho, tráfico de armas, hierro, drogas.
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Taylor venció. A ese segundo diablo le gustaba el tenis y las supermodelos. Vestía de blanco y oficiaba misas los domingos. Dicen que comía hombres, y cada victoria la festejaba con sangre y partes humanas decorándole la vista y el estómago.
Prince Johnson lo definió desde su exilio: “¿Usted sabe lo que “Ghankay” quiere decir?… Quiere decir “obstinado”! Y como si el nombre no fuera suficiente para él, cuando se volvió presidente, adquirió un nombre nuevo- Dahkpannah. ¿Sabe lo que “Dahkpannah quiere decir? Jefe de los demonios! Ese es el significado real. Yo no estoy inventando. Ese es el significado de Dahkpannah en Gola (dialecto).”
Y aunque “el jefe de los demonios” se mostrara vencedor al segundo año, tuvieron que pasar cinco más para poder proclamarse presidente“electo” en 1997. Al parecer el slogan presidencial rindió frutos: “Mejor el diablo conocido, que el ángel por conocer“. Su partido ganó las elecciones con un aplastante 75,3% de los votos; votos de liberianos temerosos de que el “obstinado” desencadenara otra guerra.
Los carteles en la calle mostraban la realidad: “He killed my ma, he killed my pa, but I will vote for him” (Él mató a mi má, él mató a mi pá, pero voy a votar por él). Pero no las expectativas. El segundo diablo había acaparado el país. La guerra se alargaría otros seis años. Y las mujeres de la tierra de la libertad estaban hartas. La historia de la oración ya había comenzado, tres años antes.
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Para 1994 el número de muertos superaba los 100 000, los refugiados a lo largo del continente sumaban 800 000, se estima que había mas de 4 000 niños soldados, según la UNICEF, combatiendo en ambos bandos, consumiendo heroína y cocaína para desvanecer su alma y ser “más hombres”; para ser capaces incluso de matar a sus padres. Todo esto apoyado por Estados Unidos, pero en un país de menos de tres millones de habitantes.
La guerra a pesar de las explosiones y la sangre que salpicaba por sus fronteras; era una guerra muda para el resto del mundo, la ayuda humanitaria no era capaz de cruzar la frontera. Para el extranjero todo iría bien mientras los diamantes siguieran saliendo.
La oración comenzó a menos de un par de kilómetros de la capital, Monrovia. La voz vino de una mujer llamada Leymah Roberta Gbowee, quien pertenecía al programa de la iglesia luterana local y laboraba como terapeuta para combatir los traumas de guerra; quien para entonces tenía 6 hijos.
Llegó el día en que Leymah quedó harta de estar harta; la guerra tenía que terminar, pero de seguir estando en manos de hombres y demonios no se llegaría a nada. Ellos tenían que escuchar a sus madres.
Tras contar sus inquietudes a las mujeres con que compartía el templo, la idea de una iniciativa se fue haciendo realidad. En menos de tres meses se formó el primer frente pacifista femenino de Liberia, la Christian Womens Iniciative (Iniciativa de Mujeres Cristianas), y empezó la movilización.
En un principio todo se trató de oraciones frente al mercado con blusas blancas. Pero tan pronto el grupo de Leymah Gbowee extendió sus rezos a orillas de la carretera, paso obligatorio para la guardia presidencial, las mujeres musulmanas se fueron interesando.
En el pueblo, ambas religiones compartían un mismo templo. Mujeres musulmanas y cristianas obedecían los horarios de oración. No tenían porqué molestarse entre ellas. La iniciativa logró que por primera vez ambas creencias persiguieran lo mismo; logró que dos vecinas de toda la vida se dirigieran la palabra.
Un slogan atraería a las indecisas: “Can the bullet pick and choose? Does the bullet know Christian from Muslim?” (Puede una bala escoger? Puede la bala distinguir entre Cristiano y Musulman?).
Fue así como la Chritian Womens Iniciative tuvo que cambiar su nombre a Women of Liberia Mass Action for Peace (Acción Massiva de Mujeres por la Paz de Liberia) y poco a poco, con los días, la carretera se fue tiñendo de blanco.o
La carretera estaba tomada. Lo que antes fue rezo, se fue transformando en música; lo que antes fue inglés (idioma oficial de Liberia) ahora parecía un collage de lenguas. Sin embargo, una carretera no bastaría para detener a un demonio y otros tres grupos, con una ambición tan grande como para mantener una guerra de más de diez años.
El grupo se organizó. Nombró líderes y programó acciones. Entre las dirigentes del movimiento destacaron: Etweda “Sugars” (Azúcar) Cooper, quien fungió como voceadora; Vaiba Flomo que fue la presidenta del bando cristiano y Asatu Bah Kenneth, líder del lado musulmán de la organización (el Liberia Muslim Women’s Organization).
Se reclutaron mujeres a lo largo del país. Creció tanto que hasta se tejió una amplia red de información y comunicación. Asatu Kenneth era policía en Monrovia, por lo que tenía acceso a la inteligencia del gobierno. Su papel fue crucial para el movimiento.
Ya que se vio que con cantar y vestir de blanco no lograrían ahuyentar al mal, decidieron llamarle por su nombre e invocaron a cada uno de los líderes de los bando en guerra. El mensaje era claro y probablemente decía algo así: “Señor presidente, estamos hartas de que nos quiten la comida, nos quemen los hogares, nos violen, maten a nuestros esposos, se lleven a nuestros hijos y los vuelvan soldados. Estamos hartas de que los droguen y los quieran volver “hombres”.
Pero al parecer los oídos del Príncipe (Prince, es un nombre común en Liberia) Johnson eran demasiado pequeños para escuchar el llanto. Tuvieron que insistir. El movimiento llegó a la puerta del presidente. Rezó, cantó y lloró frente a él. Se le arrancó por fin una promesa a Charles Taylor el año 2003.
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Las facciones en guerra quedaron en realizar las pláticas por la paz en Ghana, país que colinda con Costa de Marfil. Asistían las fuerzas de la Liberians United for Reconciliation and Democracy(Liberianos Unidos por la Reconciliación y la Democracia)(LURD), grupo que hasta ahora dominaba el norte del país y estaba respaldado por el gobierno de Guinea; del Movement for Democracy in Liberia (Movimiento por la Democracia de Liberia) (MODEL); y por supuesto, la cabeza del gobierno de la “Gran Liberia”, como se hacía llamar.
A pesar de la distancia, la Acción Masiva de Mujeres por la Paz de Liberia decidió asistir para asegurarse de los resultados. Leymah Gbowee juró no moverse de las puertas de la sala de la junta que en ese momento rodeaban de la misma manera, cantando y rezando.
El tiempo corrió y los representantes no llegaron a un acuerdo. Todos tenían el ojo clavado en el pedazo de pastel con más relleno. La guerra que trituraba a Liberia era producto de la suma de una ambición compartida por tres grupos de hombres; no cederían ahora.
Ocurrió entonces que cuando los líderes se disponían a salir, y la policía a retirar a las mujeres, Leymah soltó su amenaza: si trataban de moverla ella se desnudaría. En Liberia, cuando una madre se desnuda frente a un hombre, éste es víctima de la peor de las maldiciones (Es un país muy supersticioso). Tras la amenaza nadie se atrevió a mover a las mujeres. La junta continuaría hasta que no se lograra la paz. Cosa que no ocurrió hasta más de seis horas después. Por fin el pastel se había divido.
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Se llegó a un pacto y se fijó la fecha del desarme que sería secundada por elecciones. Cada líder tendría su puesto asegurado, no tenían de qué temer. Para el desarme se pretendía contar con la ayuda de la ONU. Sin embargo, las mujeres, que no confiaban en lo que con anterioridad había fracasado, decidieron realizar el desarme ellas mismas.
El demonio por fin se encontraba indefenso. Ahora la “tierra de la libertad” haría honor a su nombre, para hacer posible la democracia. En el 2005 salió electa presidenta Ellen Johnson Sirleaf, la primera mujer con ese cargo en un país africano; la misma que cinco años antes en las elecciones contra Taylor sólo había recibido el 10% de los votos.
El ex-presidente de la “Gran Liberia” se refugió en Nigeria. No fue hasta el 2006 que Johnson Sirleaf exigió su extradición para ser ajusticiado. Charles Taylor, uno de los “warlords” (señor de la guerra) más prominentes del mundo no volvería a causar una muerte más en su vida. No sería capaz de otro escape hollywoodense como el que logró tras ser capturado por Doe en 1983.
El demonio ya no tendría en sus manos el destino de un Krahn más (etnia liberiana que él detestaba). Ya no exprimiría un centavo más de los diamantes de sangre. No podría ser rescatado por ninguno de sus protectores: el presidente de Libya, Muammar al-Gaddafi, ni Jimmy Carter ex-presidente de Estados Unidos.
El “jefe de los demonios” ya no podría hacer sacrificios humanos, ni forzar a sus soldados al canibalismo para después oficiar misa vestido de blanco. No se escucharía de él ni una vez más su famosa disculpa “Jesus Christ was accused of being a murderer in his time” (Jesucristo fue acusado de ser un asesino en su tiempo).
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La guerra terminó. Las próximas elecciones de Liberia, el segundo país con más desempleo del mundo (88% según datos del Banco Mundial), conocido también por el tráfico de diamantes ilegales, tiene programadas las próximas elecciones para éste año.
Entre los candidatos se encuentran bastantes seguidores de Taylor que piden que se les deje poner mantequilla al pan de la población (“let me butter your bread” es el slogan de Adulphus Dolo ex-taylorista).
También se encuentra el Príncipe Johnson, quien al volver a su país en el 2005, negó su participación en la muerte de Samuel K. Doe. Negó su risa frente a la oreja cortada del otro hombre diablo. Su slogan presidencial: “The Gun That Liberates, Should Not Rule”. Y la actual presidenta, quien busca la reelección.
Este año se verá si “más vale diablo conocido que ángel por conocer”, y si por fin, el llanto de una madre regresó al diablo de vuelta al infierno, o fue Naomi Campell al testificar en su contra.
Prince Johnson: Why I Broke Away From Taylor, en The New Dawn, 16 de febrero del 2010, Liberia
Documental: Pray the devil back to hell, Dir. Gini Reticker, Productora Abigail E. Disney, Liberia, 2003
Charles Taylor: guerrillero y fanático religioso, en “El Mundo”, 28 de marzo del 2006
Helene Cooper, The Other Election: This Month, All Eyes Turn to Liberia, en The New York Times, 17 de octubre del 2005, Estados Unidos
I am sorry I murdered the President DOE Samuel, en Sunday times, 7 de julio del 2003, EUA
Campbell testifica en la Haya contra el dictador Charles Taylor en: La Noticia, 5 de agosto del 2010, Madrid, España
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