Mis amigos veían comedias o MTV en la tele después de cenar. Yo no. Mi hermano y yo sabíamos que llegada las 6 de la tarde, sin importar lo que estuviéramos viendo, tendríamos que cambiar de canal para sintonizar el noticiero. No entendía por qué mi padre nos hacía ver el noticiero o leer sobre política, especialmente antes mi adolescencia. Si hubiera sido por mí, hubiera sintonizado The Wayans Bros en lugar del noticiero.
Parte de la razón por la cual mis padres nos hacían ver el noticiero es debido a su experiencia educativa en Ecuador. Como tantos otros estudiantes de primaria y secundaria en países latinos, tenían que tomar una clase de cívica, en la cual aprendían sobre el funcionamiento del gobierno y el papel que podrían desempeñar en aras del progreso y la mejora social.
El mensaje de esas clases se quedó grabado en la memoria de mis padres, a pesar de que el gobierno ecuatoriano no siempre haya actuado en conformidad con los estándares impuestos en el salón de clase. Mi padre sabía que si entendíamos el panorama político, nos aseguraríamos de que nuestro país progrese de una forma socialmente responsable.
Sin embargo, los acontecimientos de actualidad no son lo único que moldea mis opiniones e inquietudes. Al ver a algunos políticos promoviendo políticas anti-inmigrantes y xenofóbicas, opuestas a cualquier tipo de reforma, siento la obligación de tomar en cuenta a la población latina —no sólo mis intereses personales.
En este sentido, nuestras ganas de defender a los menos favorecidos van más allá de la política. Hago uso de una frase articulada por un defensor de la igualdad de género cuando digo que en nuestra cultura latina lo personal es político. La inmigración, el sistema de salud, el empleo y la educación no son sólo polémicos, sino que afectan de forma directa a nuestras familias.

No podemos culpar al gobierno por ignorar a la comunidad latina. Aunque somos la minoría más grande en los Estados Unidos y contamos con 9.7 millones de electores, ¡sólo el 50% de latinos elegibles vota! Vivimos en un país democrático en el que tenemos la posibilidad de hacernos escuchar en las urnas. ¿Cómo podemos pedirle al gobierno que se haga cargo de nuestras necesidades si no participamos? Al cumplir 18, en lugar de votar antes de ir al trabajo, mi padre me esperaba en la noche y toda la familia iba junta a votar. Aún ahora que estoy casada y vivo en Long Island, cuando se llevan a cabo las elecciones nunca se olvida de preguntarme: "¿Ya votaste mija?".
Estoy consciente de que nunca me olvido de votar porque crecí con un padre que me inculcó el deber cívico. Pero al pensar en la creciente población latina en los EE.UU., espero que los padres a lo largo del país les recuerden a sus hijos que llegó el día de votación, cambien de canal a las 6 p.m. para ver las noticias y que le enseñen a la próxima generación cuán importante es votar.