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Desaparecida, el caso de Irma Flaquer
Irma "una períodista valiente y bella, en un país, Guatemala durante una época oscura y triste"
Esta es la historia de Irma Flaquer, una periodista valiente y bella, en un país, Guatemala, durante una época oscura y triste. Es una historia llena de dolor: el dolor de la ausencia que sienten siempre los familiares, amigos y colegas cuando no hay restos, cuando no hay tumba y cuando se crea la cruel ironía de que una reportera que vivió para encontrar la verdad desaparece y tal vez nunca se sabrá la verdad de su destino.
Este libro de June Erlick sobre Irma Flaquer está lleno de dolor, pero también de esperanza. No es casualidad que Flaquer sea la que representa a los mártires de la libertad de expresión en un monumento en la Ciudad de Guatemala.
Ella fue el primer caso llevado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por el Proyecto contra la Impunidad que forma parte integral de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, de la cual fui presidente.
La comisión auspició un acuerdo amistoso entre el gobierno de Guatemala y la SIP en marzo de 2001. En esta, el gobierno de Guatemala reconoció la responsabilidad institucional del Estado en el caso de Flaquer y estableció la creación de monumentos y becas con el nombre de ella, concedió la indemnización a la familia de Flaquer y nombró un fiscal especial para investigar el caso.
Fue un logro concreto en la lucha que libra la SIP contra la impunidad en los crímenes contra periodistas.
La historia de Irma Flaquer es también la de miles de periodistas mexicanos, argentinos, brasileños, venezolanos, colombianos y sí, iraquíes e irlandeses, quienes han sido asesinados, desaparecidos, torturados, censurados o exiliados mientras buscaban la verdad.
Por desgracia, no es una historia del pasado sino también del presente. En México han desaparecido más de 10 periodistas en los últimos 3 años.
Como los de Flaquer, sus parientes están en un limbo legal y emocional sin poder enterrar a sus seres queridos, sin poder continuar con sus vidas, sin saber qué fue de ellos.
Y esos son los desaparecidos. Veintiún periodistas han sido asesinados en todos los rincones de México desde 2000.
Y las víctimas, en el México de hoy como en la Guatemala de ayer, no son únicamente periodistas: según una serie de artículos de fondo publicados en la revista Proceso, más de 600 personas han desaparecido desde los finales de 2006, la mayoría en el contexto de violencia relacionada con el tráfico de drogas.
En el 2011 más de 20 periodistas han sido asesinados en Honduras, Brasil, Guatemala, Perú, República Dominicana, Colombia, Venezuela y México.
No es que los periodistas sean más importantes o más relevantes que los maestros, los jueces, las amas de casa; es que sin los periodistas, cuyo objetivo es buscar la verdad, no hay información, y sin información, las fuerzas oscuras, sean estas dictaduras de derecha, autoritarismos de izquierda o mafiosos del narcotráfico, pueden controlarlo todo.
Cuando se silencia a un periodista por cumplir con su deber, se está acallando a una voz de la comunidad.
El caso de Irma Flaquer fue el primero de 22 casos presentados por la SIP a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El compromiso con la libertad de expresión de la SIP y la comisión muestra el papel de las organizaciones internacionales en la historia de hoy.
Como colombiano, este papel ha sido especialmente importante para mí. Viví de cerca el asesinato de Guillermo Cano (director-propietario de El Espectador) en diciembre de 1986, crimen que demostró hasta dónde es capaz de llegar una mafia empeñada en acallar a los medios. Colombia era en ese momento y de lejos el país más peligroso del mundo para ejercer nuestro oficio.
Era el caso más aterrador y dramático que se conociera de una prensa bajo el fuego.
A los 2 días de ese asesinato, en una protesta periodística sin precedentes, Colombia entera permaneció durante 24 horas sin prensa, radio y televisión.
Un silencio voluntario cargado de significado para que la sociedad colombiana entendiera lo que representaba la eliminación de sus voceros más honestos. Y poco después, en otro hecho ejemplar y sin antecedentes, todos los diarios y noticieros de radio y televisión nos unimos para divulgar una serie de informes conjuntos y simultáneos sobre los carteles de la droga de Medellín y Cali.
En ellos dábamos los nombres de los capos, de sus lugartenientes y de sus conexiones en los Estados Unidos; se revelaba el modus operandi de sus negocios y las víctimas de sus crímenes. La prensa colombiana había entendido la seriedad del reto y unió todas sus fuerzas para enfrentarlo.
Tal vez no es casualidad que la autora de 'Desaparecida' haya vivido muchos años en Colombia y que Guillermo Cano fue el editor que la ayudó con el papeleo de su visa cuando ella estuvo becada por la SIP como joven periodista en 1977.
Erlick vivió de cerca el asedio de la prensa en Colombia, no como amenaza abstracta, sino a través de la vida de amigos y colegas. Pero si 'Desaparecida' es un libro tan relevante hoy como ayer, también tenemos que reconocer que su fortaleza es que nos ayuda a entender la lucha de periodistas más allá de las cifras. June Carolyn Erlick ha escrito un íntimo retrato de lo que es ser periodista en tiempos de turbulencia.
Cuando ella escribió su primer informe para la SIP en 1996, detalló la lucha de Irma Flaquer contra la impunidad y en favor de la libertad de prensa. También describió su vida de mujer como esposa, madre, mujer divorciada, amante, abuela, editora, periodista, abogada y psicóloga.
Examinó las angustias de su familia y colegas al perderla, además de las diferentes teorías sobre su desaparición. Erlick pensó que era el fin del proyecto.
Sin embargo, la figura de Irma Flaquer la intrigaba y, cada vez que podía, viajaba desde su lugar de trabajo en Harvard a Guatemala para seguir entrevistando a más gente.
Y comunicaba sus hallazgos a la SIP, especialmente a Ricardo Trotti, un dinámico argentino quien dirigía el Proyecto contra la Impunidad y un talentoso pintor que dedicó un cuadro a Irma y sus hijos.
El informe de Erlick creció hasta convertirse en este libro. Es una historia personal. Y es una historia política. La de una periodista en un país conflictivo y violento y sobre cómo asumió su vida y sus compromisos.
Es una historia para ayer, para hoy y para siempre. Más que todo, es la historia de una lucha agridulce contra la impunidad. Mientras el crimen contra periodistas no tenga castigo, no se podrá garantizar una verdadera libertad de prensa.
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