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EL PROMETEO .-.
TORQUEMADA Y LOS CRÍMENES DE LA INQUISICIÓN | |
Hacia el Siglo XIII la Iglesia Católica de Roma comenzó a reprimir la herejía con tal violencia y crueldad que hasta nuestros días se saborea la amargura que se derivó de esa medida. Entre los llamados herejes se contaban a practicantes de la hechicería, judíos, indios peruanos y mexicanos, musulmanes, masones y miembros de otras organizaciones secretas, etc. Digamos que la medida política instaurada para combatir la supuesta herejía significaba una serie de regulaciones mediante las que la Iglesia y/o el reino tomaba en propiedad las pertenencias del supuesto hereje para financiar sus guerras contra los musulmanes. Fue el Papa Gregorio IX quien ordenó la persecución y enjuiciamiento de herejes e instauró la Inquisición, dando comienzo a un período prolongado de terror durante el cual fueron asesinados, por tortura o ejecución, muchos seres humanos principalmente en las zonas norte de la actual Italia y en el sur de Francia. Hay, sin embargo, algunos antecedentes que indican al Papa Inocencio IV como el autor intelectual de las atrocidades porque dicho pontífice publicó una bula en la que ordenaba a los gobiernos de los países católicos a perseguir, arrestar y ejecutar a los herejes. Aquellas autoridades que se negaran a cumplir los mandatos de papales sufrirían la excomunión y se les acusaría de herejía. España -fielmente- eligió la barbaridad. Unos 200 años después que Gregorio IX tomara aquellas decisiones, los reinos de Castilla y Aragón en España vivían un agitado clima político con frecuentes rebeliones, segregación racial, censura literaria y amenazas contra la estabilidad política. Fueron culpados los árabes, llamados moros, quienes resultaron deportados, los judíos, los conversos a los que se les denominó "marranos" y otros más. Para frenar esta situación las autoridades de Castilla y Aragón persuadieron al Papa Sixto VI, en 1478, para que -basado en la Bula de Inocencio IV- autorizara una versión autónoma del Tribunal del Santo Oficio que fue conocida como la Inquisición Española. Como Inquisidor General fue designado el sacerdote dominico Tomás de Torquemada. El Tribunal del Santo Oficio extendió sus poderes hacia los territorios conquistados en América, principalmente hacia el Perú y Mexico, lugares donde el sadismo de los inquisidores también instauró centros de torturas, hogueras, garrotes, horcas y otras macabras formas para dar muerte a personas con propiedades, acaudalados comerciantes, indios rebeldes contra los abusos de los conquistadores en el Perú, indios ricos acusados de no contribuir con la Iglesia, hechiceros, masones, judíos, etc., la mayoría de los que encontraron la muerte, o quizá todos, por una acusación falsa o calumnia. Se puede afirmar que la evangelización de los indios americanos fue un acto de crueldad e imposición. Para los miembros de la Inquisición en España todos eran sospechosos de herejía e infundiendo el temor, la amenaza y la ejecución lograron también que los reinos de Castilla y Aragón alcanzaran la estabilidad política deseada. Tomás de Torquemada, el Primer Gran Inquisidor de España, fue un sacerdote de la orden de Santo Domingo a la que ingresó contra la opinión de su padre, un noble que guardaba la esperanza de que su único hijo contrajera matrimonio para que continuara con la descendencia y el linaje. Nació en Valladolid en 1420 y murió de muerte natural en Ávila en 1498. Los años anteriores a su deceso constituyeron un período de preocupación porque Torquemada pensaba que moriría envenenado, razón por la que siempre tenía en su plato un cuerno de unicornio para usarlo como antídoto de inmediato. El tío de Tomás fue el reputado teólogo de la época Juan de Torquemada a quien se le atribuye la idea de la infalibilidad del Papa, razón por la que fue nombrado cardenal y su abuela fue una judía, conversa o marrana, empleando el término de Torquemada para describir -sin necesidad de demostración- al falso converso procedente del judaísmo o carente de "sangre pura". Su ingreso a la orden de los dominicos la efectúa en sus años juveniles y hacia 1452 fue nombrado prior del Monasterio de Santa Cruz en Segovia, cargo en el que se mantuvo por 20 años. Dejó dicho cargo para convertirse en confesor de Isabel de Castilla, hermana de Enrique IV, y de Fernando de Aragón y, así, en uno de los personajes de mayor influencia en esos reinos unificados. Los soberanos, Isabel y Fernando, son conocidos como los Reyes Católicos. Es en esa oportunidad que Isabel le hizo la promesa a Tomás de Torquemada de reinstaurar la Inquisición si resultaba reina y de nombrarlo el conductor del Santo Oficio para España. Así lo hizo. Los reyes católicos, particularmente Isabel de Castilla, recomendaron al Papa Sixto IV la designación de Tomás de Torquemada como Primer Inquisidor General de Castilla en 1483, cinco años después de la fundación de la Inquisición, la cual reinstituyó o reorganizó con la anuencia de sus soberanos. La excusa - sí fuera posible nombrarla así- que se diseñó para generalizar el inclemente tormento y la crueldad, era que la pureza de la fe del catolicismo en España estaba en gran peligro por la penetración en la Iglesia de numerosos marranos y moriscos que se convirtieron al cristianismo desde el judaísmo y mahometanismo respectivamente para evitar la persecución y la segregación. Algunos, como los judíos, eligieron la conversión voluntariamente mientras que otros fueron forzados a aceptar el cristianismo so riesgo de perder la vida. Entre estos últimos estaban los denominados marranos o falsos conversos o conversos sólo nominalmente pues en forma secreta continuaban con los rituales de sus creencias. También se ha dicho con insistencia que Torquemada en toda su vida de monje llevó una vida austera y deseaba que esa vida la disfrutaran todos obligatoriamente. Como inquisidor estableció tribunales en Valladolid, Sevilla, Jaén, Ávila y Villareal y, en 1484, lo hizo en Zaragoza en el reino de Aragón. De igual manera instituyó un consejo supremo compuesto por cinco miembros quienes serían sus asistentes en las audiencias de apelación y patrocinó, además, la asamblea general de los inquisidores de España que se llevó a cabo en Sevilla el 29 de Noviembre de 1484, en la que generó y presentó un nuevo reglamento para la Inquisición que estaba compuesto de 28 artículos. Principalmente el reglamenteo apuntaba contra la herejía la que, a criterio de los inquisidores, tendría que ser combatida con crueldad. En forma particular, el monje tenía un concepto muy amplio de los pecados contra los sacramentos y consideraba que no sólo la herejía de hechiceros, judíos y musulmanes debería ser combatida sino también la bigamia y la práctica homosexual. Las personas a quienes se les imputaba el cargo de herejía o contra la Ley de Dios y resultaba culpable a criterio del del Santo Oficio, tenía que comparecer voluntariamente ante el el tribunal dentro de un período de gracia que variaba en el rango de 30 a 40 días, con el fin de recibir un trato misericordioso. Sí el culpable se presentaba éste no era llevado a la hoguera para ser quemado vivo pero, en cambio, tenía que dar todas sus propiedades a la Iglesia, a la reina Isabel y al rey Fernando y, además, cumplir prisión por el resto de su vida natural. Sí el sentenciado no se presentaba a tiempo, entonces era llevado a la hoguera y todos sus bienes resultaban confiscados. El dinero obtenido con los bienes usufructuados por la Inquisición servía para proseguir con la Guerra Santa que los reinos de Castilla y Aragón mantenían contra los musulmanes en Granada. Al hereje o apóstata que era arrestado se le otorgaba la oportunidad de presentar al tribunal un recurso dereconciliación con la Iglesia con la condición de demostrar la sinceridad y honestidad de su confesión. El tribunal obtenía la información sobre la conducta del pecador de sus amigos y allegados. En particular los esclavos jugaban un rol importante pues a ellos se les liberaba si la información que ofrecían respecto de su amo era conveniente para la Inquisición. Si la Inquisición llegaba a la conclusión de que la confesión del apelante no era sincera, como siempre resultaba para las autoridades, entonces era llevado al cadalso. En otro caso, sí se trataba de un sospechoso y éste escapaba de los fanáticos inquisidores, su nombre era exibido en las puertas de todas las iglesias del área y era buscado con la insistencia de un sabueso. El Santo Oficio le otorgaba con cínica benevolencia un plazo de 30 días para que haga su comparecencia; en caso contrario se le declaraba culpable de herejía. Para la Inquisición no existía escondite o guarida a la que no pudiera llegar pues tenía potestad para incursionar en cualquier vivienda o establecimiento sin pedir permiso a los propietarios. Así, un noble que entorpeciera la investigación o que no permitiera el ingreso de las autoridades dentro de sus condados o ducados, se le encontraba culpable de herejía por encubrimiento y protección de herejes. Pero sí el sospechoso escapaba la Inquisición decidía quemar su imagen cuando éste lograba salir del país. El extremo de los inquisidores era tal que si llegaban a encontrar culpable de herejía a una persona ya fallecida, procedían a sacar su cuerpo de la fosa para quemar sus restos. Luego todas sus propiedades eran confiscadas y pasaban a las manos del reino y de la iglesia. Detrás del propósito ya mencionado, la Inquisición tomó el rumbo del racismo con el criterio de "sangre limpia" o "cristiano de pura sangre". En tal sentido se pregonaba la pureza de la fe católica y se dijo que ésta estaba en serio peligro por la falsa conversión al cristianismo de judíos y mahometanos, llamados marranos y moriscos respectivamente a los que Torquemada y la Inquisición les negaban, a priori, la franqueza y sinceridad de dicha conversión. Ellos eran acosados, perseguidos e identificados por sus costumbres y rasgos culturales. Por ejemplo, para saber sí una persona era un marrano o judío la Inquisición instruyó a los españoles para que denunciara ante el Santo Oficio a todo aquel que vistiera elegante o limpio o destacable los días sábado; a aquellos que asearan sus casas los días viernes y encendieran los candelabros mucho antes de lo usual; a todos los que comieran pan de masa no fermentada y que durante la Semana Santa comenzaran su alimentación con apio y lechugas; y, a los que oraran frente a una pared balanceando el cuerpo hacia adelante y atrás. Al interior del Tribunal del Santo Oficio todo era terriblemente oscuro, tenebroso y diseñado para aterrar al inculpado. Hacia el fondo principal de la sala unos seis candelabros alumbraban los hábitos blancos de los sacerdotes inquisidores, sentados a lo largo de una mesa cubierta con un mantel negro y sobre la cual había un crucifijo y la Biblia. Dichas personas conducían el juicio "público" al que no se permitía ingreso de otras personas como los familiares de la víctima por ejemplo. El sospechoso ni siquiera tenía abogado defensor por el temor de los letrados de correr el mismo riesgo que el de sus patrocinados. Pero Torquemada no sólo fue sádico para montar ese escenario macabro para amedrentar al sospechoso sino que puso especial énfasis en instruir a los inquisidores para que, con indiferencia e insensibilidad, tomaran tiempo fingiendo examinar los documentos de la causa antes de interrogar a la víctima. Los inquisidores no atendían súplicas o ruegos de los inocentes y cuando formulaban una pregunta sus voces eran portadoras de una melodía que infundía el miedo. Con éste método ideado por Torquemada murieron miles de inocentes. El proceso inquisitorio comenzaba con preguntas generales de identificación del inculpado, la lectura de los cargos y terminaba con la astuta persuación de los clérigos para extraer una confesión y declararlo culpable. Sí ello no sucedía se daba un cambio en la tonalidad de la voz de los inquisidores hacia una manera suave y se le mentía diciéndole que la Iglesia lo perdonaría a cambio de su confesión. Pero si el acusado no se intimidaba y persistía en su inocencia, entonces era llevado de vuelta a la prisión para que recapacitara. La insistencia en la inocencia podría convencer -sólo en apariencia- a los inquisidores pero ello no era el parecer de los carceleros y torturadores quienes usaban el dolor de la tortura para conseguir una confesión. El objetivo de los inquisidores era que el sospechoso se declarara culpable de los cargos imputados para lo que se valían de todo medio. Por ejemplo, al sospechoso se le recluía en una celda que debía compartir con otra persona quien resultaba ser un agente de la Inquisición que hablaba abiertamente de sus pecados por los cuales era supuestamente acusado con el fin de ganar la confianza de la víctima y conseguir su confesión. También en la prisión su conducta era observada escrupulosamente y se le era permitido recibir visitas de sus familiares. Al respecto se le decía que tenía todo el derecho de hablar con ellos libremente y que esa tertulia no serviría como prueba o argumento en la causa que se le seguía. Sin embargo, las conversaciones con los visitantes tenía que ser escuchada por un ayudante u oficinista de la Inquisición quien buscaba alguna palabra mencionada o algún indicio de admisión de herejía para transmitirlo al tribunal. Sí, aún, todo esto fracasaba el acusado era llevado al Tribunal del Santo Oficio para una rápida audiencia en la que se le demandaba la confesión que la Inquisición deseaba. La declaratoria de inocencia del inculpado implicaba su retorno a la prisión, pero esta vez a la cámara de torturas. La Inquisición institucionalizó la tortura como una contribución de Tomás de Torquemada. Ella se aplicaba, por ejemplo, cuando el supuesto reo negaba la acusación de herejía que pesaba contra él. Los inquisidores no usaban el término tortura sino lo reemplazaban por el de "el interrogatorio" o el de "la pregunta", el cual era un prodedimiento de cinco etapas. En la etapa inicial el acusado era amenazado y amedrentado. Toda persona que llegaba a la cámara de torturas en condición de acusado tenía conocimiento de los brutales métodos empleados por la Inquisición. De todas maneras el inquisidor, en cumplimiento de su cruel labor, estaba convencido que su responsabilidad era recordarle al prisionero del peligro que se asomaba sobre él para atemorizarlo. Cuando se agotaba la primera etapa entonces se procedía a conducirlo hacia la cámara de torturas en un recorrido que constituía todo un ceremonial. La víctima era llevada en procesión acompañado de muchas personas que portaban candelabros con cirios encendidos, cuya iluminación era aumentada por los aterradores braseros y antochas ubicados a lo largo de la trayectoria, escena que contrastaba con la oscuridad fúnebre de la cámara a que se ingresaba. Escaso tiempo tenía la víctima para observar el tétrico panorama interior y descubrir en sus escondrijos los terribles aparatos que se usaban para obtener la confesión que el Tribunal del Santo Oficio requería. En la tercera etapa el prisionero era humillado y se le desnudaba. En la siguiente se colocaba al acusado en el respectivo instrumento y con el último paso comenzaba el terrible dolor hasta que confesara. Sí la víctima sobrevivía a las torturas no era posible volver al interrogatorio porque ello era contra la ley. Sin embargo los inquisidores consideraban que no era contra la ley continuar con las torturas, la que se llevaba a cabo con suspensiones o intervalos de días o semanas para permitir a la víctima una recuperación. Las torturas eran muy variadas. Se cuenta que en la Inquisición del Perú era muy común el uso de una silla que inmovilizaba las piernas de la víctima. Sus extremidades terminaban justamente en un enorme brasero. Se cuenta que los torturados no gritaban sino bramaban de dolor ante la indolente indiferencia de los españoles. Muchos de los acusados y torturados murieron a causa de las quemaduras o por la aparición de gangrenas en las extremidades. En estas condiciones eran quemados para dar cumplimiento al Auto de Fe. Los que, a pesar de este calvario seguían con vida, sin confesarse culpables de herejía u otros cargos e impedidos de caminar por las heridas causadas por las quemaduras, eran conducidos al Auto de Fe con la misma silla que usaban para el suplico y quemados en la hoguera de la Plaza Mayor o en la misma Plaza de la Inquisición. Legalmente la confesión por medio de la tortura no estaba permitida, pero los inquisidores ignoraban intencionalmente todo reclamo aduciendo que la reclusión de los sospechosos era una oportunidad para que puedan recapacitar y apelar ante el Santo Oficio por una clemencia y que cualquier intento de tortura sería castigado con severidad. Esto último jamás sucedió. Muy raramente se daba una enmascarada clemencia. Algunos de los que eran encontrados culpables de herejía apelaban por la reconciliación con la Iglesia y sí la apelación era aceptada tenía que ser azotado como una penitencia y caminar, por séis viernes consecutivos, semidesnudo por las calles de la ciudaddonde estaba el tribunal en una procesión que lo dirigía hacia la catedral del lugar. Luego de ello era desposeído de todos sus derechos y no podía tener ni rango, ni vestir adecuadamente ni usar joyas. La quinta parte del dinero que generara durante su libertad tenía que ser entregado a la Inquisición y todas sus propiedades eran confiscadas. Con ello la Inquisición transformaba en paria a un condenado que pagaba penitencia. La clemencia, en el sentido lato de la palabra, no existía en tiempos de los inquisidores. La persona a la que se le imputaba un cargo trataba de deshacerse del Santo Oficio por cualquier medio, escondiéndose o huyendo, porque al ser condenado perdería no sólo los bienes sino también la vida. Muchas de las víctimas recurrían al soborno de guardias o alguaciles para salir de ese infierno y nada escatimaban para ceder todas sus pertenencias a los gendarmes con tal de salvar la vida. Como casi todo acusado por el tribunal resultaba condenado a morir las víctimas preferían tomar este camino para que les permitieran escapar y salvar la vida. Casi siempre el castigo del Tribunal del Santo Oficio era la confiscación de los bienes, sanción que generalmente era seguida por la muerte del convicto en la hoguera o con la aplicación del garrote. Era usual que a la confiscación de los bienes seguía la humillación pública del sancionado que consistía en una procesión para la que tenía que vestir el llamado sambenito con cruces pendientes del cuello que llegaban hasta la cintura, quedando al descubierto la parte inferior del cuerpo. El ceremonial macabro terminaba con la cremación en vida de la víctima en la hoguera lo cual recibía el nombre de Auto de Fe. La sádica clemencia que otorgaba la Inquisición consistía, por lo general, en el cambio de la forma de morir del condenado. Sí la persona llevada al patíbulo se retractaba y besaba la cruz, los inquisidores se mostraban misericordiosos ejecutándolo con el garrote antes de ser llevado a la hoguera. Sí el condenado se retractaba solamente era quemado vivo con leña perfumada de rápida combustión, pero sí insistía en su fe entonces se le consideraba contumaz y su cuerpo con vida era quemado con madera verde de combustión muy lenta. El Auto de Fe se llevaba a cabo los días domingo o en un día feriado religioso con el fin de que una mayor cantidad de personas lo presenciaran. La Iquisición del Perú impuso una obligatoriedad a la asistencia a tan horroroso espectáculo, sancionando a aquellos que no lo hicieran. Afortunadamente dicha disposición tuvo muy corta duración de manera oficial aunque oficiosamente se daba la obligatoriedad. Se cuenta que en un Auto de Fe una dama no pudo resistir la cruel escena a comenzó a vomitar, terminando en un desmayo. Seguido a ello la dama fue acusada de estar posesionada por el demonio pero fue absuelta con la condición de asistir a estas ceremonias macabras y de entregar sus bienes a la Iglesia. Los declarados culpables de herejía por la Inquisición tenían que vestir el humillante sambenito cubriendo su cabeza con una mitra puntiaguda. La vestimenta tenía dibujos estampados que variaban según el lugar, aunque el común denominador de las túnicas estaba constituído por dibujos de demonios y de lenguas de fuego con el fin de hacer más tétrico el escenario. A las séis de la mañana del siguiente día los condenados eran ordenados en fila en las afueras de la prisión vistiendo sus sambenitos, con una soga que rodeaba sus respectivos cuellos y con las manos atadas. La desagradable procesión era encabezada por sacerdotes que portaban las cruces verdes que era símbolo de la Inquisición. Curiosamente en Lima, frente a la Iglesia de la Merced, funcionaba uno de los tantos tribunales. Se dice que con la abolición de la nefasta Inquisición, la cruz verde quedó guardada en dicha iglesia y se le dio el nombre de "la cruz de padre Urraca", la misma que, en forma diminuta, fuera llevada en el pecho por muchos fieles hasta el siglo XX sin saber de los crímenes que se cometieron en su nombre. En la procesión los sacerdotes eran seguidos por los aguaciles y gendarmes del Santo Oficio que se ubicaban delante de otros sospechosos arrestados así como familiares de las víctimas, con el fin de persuadirlos para que se arrepientan de los cargos que los odiados inquisidores les formulaban. A la lenta fúnebre marcha hacia el patíbulo, el grupo posterior de gendarmes era seguido por un sacerdote que llevaba una custodia con el Santísimo bajo un palio en oro y escarlata el cual era sostenido y conducido por cuatro hombres. El sacerdote era acompañado por una grey bastante numerosa de más sacerdotes, sacristanes y acólitos. Todo aquel -hombre, mujer o niño- que se encontrara presenciando la procesión a los lados de las calle tenía que arrodillarse con mucha reverencia al paso del Santísimo o, de lo contrario, corría el riesgo de ser señalado como hereje por los informantes encubiertos apostados entre la multitud que colmaba las aceras de las calles. Nuevamente un grupo de aguaciles se observaba en la procesión y a continuación otro de los llamados criminales leves por herejía en cuyos cuerpos se notaban las huellas de las torturas sufridas. Por fin aparecían las víctimas del día, vestidos con sambenito, flanqueados por sacerdotes dominicos con vestimenta blanca y cubiertos con negras capuchas quienes pretendían salvar las almas de los condenados conminándolos al arrepentimiento. La comparsa tétrica la terminaban los inquisidores que estaban flanqueados con escudos y emblemas entre los que destacaban el escudo del papa y el de cada uno de los reyes católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Tras de ellos cerraba el paseillo un contingente de gendarmes y la multitud entrenada para rezar por el arrepentimiento de los condenados y, luego, para insultarlos. Toda la procesión era flanqueada por una enorme cantidad se soldados fuertemente armados. La ceremonia de ejecución de las víctimas era prolongada y a veces, dependiendo del número de ajusticiados, podría tomar todo el día pues era obligación de los inquisidores leer la lista de crímenes imputados a cada uno de los herejes. Había un altillo con bancos donde las víctimas se sentaban para recibir, de los fieles asistentes, toda clase de insultos de los asistentes, escupitajos y hasta proyectiles como piedras con lo que se demostraba ser buen católico ante los ojos de la Inquisición. Luego de la lectura, de la boca de un sacerdote brotaba un larguísimo sermón alusivo a la ocasión mientras monjes vestidos de blanco urgn a las víctimas por un arrepentimiento de último momento. Rodeados de cruces verdes los inquisidores se sentaban en un prosenio adyacente mientras el ambiente era perfumado con humos de incienso como una precaución para evitar el hedor de cuerpos desenterrados que tenían que ser quemados. Se celebraba una misa y otro sacerdote pronunciaba otro prolongado sermón. Cuando terminaba la misa los inquisidores liderados por el Inquisidor Principal se ponían de pie y se dirigían a la multitud que debía estar de rodillas y presta para jurar defender al Santo Oficio de todos sus enemigos. Se estima que entre las atrocidades de la Santa Inquisición murieron quemados unos 2200 tan sólo en España y una cantidad mayor en todas sus colonias, principalmente en la de el Perú. Casi todos los archivos del Tribunal del Santo Oficio en Lima fueron destruídos por la soldadesca chilena durante el saqueo y destrucción de la bella ciudad en la Guerra del Pacífico de 1879. El sádico criminal Tomás de Torquemada murió en el año 1498. |
Comentario del Director: Sera que olvidamos los hechos históricos de la aplicaciòn de un ESTADO CONFESIONAL, que no permitia la Libertad de Cultos, o el devenir de la historia nos Condena a repetir los horrores de la Inquisición, tan obnubilados estamos, que no reflexionamos, para hacer respetar las conquistas en DERECHOS FUNDAMENTALES adquiridos en el tiempo, después de cada Revolución???
Legislación Federal (Vigente al 24 de octubre de 2011)
- CONSTITUCION POLITICA DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS TITULO PRIMERO CAPITULO I DE LOS DERECHOS HUMANOS Y SUS GARANTÍAS (Reformada la denominación por decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 10 de Junio de 2011) Artículo 24
ARTICULO 24. TODO HOMBRE ES LIBRE PARA PROFESAR LA CREENCIA RELIGIOSA QUE MAS LE AGRADE Y PARA PRACTICAR LAS CEREMONIAS, DEVOCIONES O ACTOS DEL CULTO RESPECTIVO, SIEMPRE QUE NO CONSTITUYAN UN DELITO O FALTA PENADOS POR LA LEY. (REFORMADO MEDIANTE DECRETO PUBLICADO EN EL DIARIO OFICIAL DE LA FEDERACION EL 28 DE ENERO DE 1992)
EL CONGRESO NO PUEDE DICTAR LEYES QUE ESTABLEZCAN O PROHIBAN RELIGION ALGUNA. (REFORMADO MEDIANTE DECRETO PUBLICADO EN EL DIARIO OFICIAL DE LA FEDERACION EL 28 DE ENERO DE 1992)
LOS ACTOS RELIGIOSOS DE CULTO PUBLICO SE CELEBRARAN ORDINARIAMENTE EN LOS TEMPLOS. LOS QUE EXTRAORDINARIAMENTE SE CELEBREN FUERA DE ESTOS SE SUJETARAN A LA LEY REGLAMENTARIA. (REFORMADO MEDIANTE DECRETO PUBLICADO EN EL DIARIO OFICIAL DE LA FEDERACION EL 28 DE ENERO DE 1992)
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