viernes, 1 de agosto de 2014

ACCIÓN DE GRACIAS SALMO 29

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SALMO 29
Acción de gracias por la curación
de un enfermo en peligro de muerte
.

2Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
3Señor, Dios mío, a ti grité,
y tú me sanaste.
4Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
5Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
6su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
7Yo pensaba muy seguro:
«No vacilaré jamás».
8Tu bondad, Señor, me aseguraba
el honor y la fuerza;
pero escondiste tu rostro,
y quedé desconcertado.
9A ti, Señor, llamé,
supliqué a mi Dios:
10«¿Qué ganas con mi muerte,
con que yo baje a la fosa?
¿Te va a dar gracias el polvo,
o va a proclamar tu lealtad?
11Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme».
12Cambiaste mi luto en danzas,
me desataste el sayal y me has vestido de fiesta;
13te cantará mi alma sin callarse,
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
COMENTARIO AL SALMO 29
[La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Acción de gracias después de un peligro de muerte. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Acción de gracias después de una enfermedad grave. Un justo salvado de un peligro de muerte invita a los fieles a alegrarse con él en la solemnidad litúrgica, reconociendo haber sido presuntuoso en su obrar anterior.]
Este salmo es un himno eucarístico, de acción de gracias, de un justo que, después de hallarse postrado en el lecho del dolor, fue liberado, gracias a la intervención divina, de una muerte segura. Después de invitar a los piadosos, a los fieles del Señor, a gozarse con él por el favor conseguido, ensalzando la bondad de Yahvé, relata cómo, a causa de un acto de presunción, el Señor apartó su rostro de él, privándole de su protección y dejándolo en un estado de postración física y de peligro de muerte. Angustiado, clamó a Él, quien le salvó de aquella situación comprometida. Por ello, su duelo se cambió en alegría, pues se veía ya a las puertas del sepulcro. Agradecido, cantará eternamente las alabanzas de su Dios.
El valor literario de esta composición es grande dentro de su simplicidad; aunque sus pensamientos no sean muy originales, pues aparecen en otros salmos, sin embargo, la expresión es sobria y vigorosa: «Abunda en figuras poéticas expresivas, ya vigorosas, ya llenas de frescor. El alma del salmista remonta la ruta del seol, especie de infierno; recupera la vida en medio de los cadáveres que se llevan a la tumba... A la tarde, el llanto viene como un huésped a pasar la noche. Pero, desde la aurora, los gritos de alegría resuenan. Al canto del duelo sucede el ruido alegre de la danza; al lúgubre cilicio, un cinturón de fiesta...» (J. Calès).
Acción de gracias por la salud otorgada (vv. 1-4). El salmista prorrumpe en un himno de acción de gracias al sentirse libre de un peligro inminente de muerte. Con ello se habrían alegrado sus enemigos, pues hubieran deducido de su desaparición que Yahvé no era ya su protector. El salmista se siente tan próximo a la muerte, que supone, por licencia poética, que ha visitado ya su alma la región tenebrosa del seol, donde están las sombras de los muertos. Por ello ahora se siente como resucitado de entre los que bajan a la fosa o sepulcro. Se daba ya por difunto, pero la intervención divina le devolvió la vida.
Invitación a los piadosos a celebrar su curación (vv. 5-8). Radiante de alegría por la recuperación de la salud, el salmista invita a los piadosos, a los fieles del Señor, que saben apreciar los secretos caminos de la Providencia en la vida de los justos, a entonar un himno de acción de gracias en honor del santo recuerdo o nombre de Yahvé, es decir, sus proezas y favores extraordinarios. En ellos se manifiesta su «nombre» o gloria; por eso en los salmos la expresión «celebrad su santo recuerdo» equivale a «alabar su nombre sagrado»; el nombre de Yahvé, su acción gloriosa, ha dejado un santo recuerdo en la historia en favor de Israel y de sus fieles. Su «nombre» sintetiza su naturaleza y sus acciones gloriosas. Y el salmista concreta en qué consiste el santo recuerdo o la huella del Dios santísimo en la vida: su providencia se guía por las exigencias de su justicia y de su misericordia; pero en su proceder prevalece siempre la benevolencia, pues mientras su cólera dura un instante para castigar justamente las transgresiones, su bondad tiene un efecto permanente durante toda la vida (v. 6).
La protección de Yahvé hacia los justos es permanente, y sólo es interrumpida momentáneamente por alguna falta cometida. Las pruebas a que son sometidos los justos son transitorias, mientras que la amistad benevolente de Yahvé permanece por toda la vida. Para probar su afirmación, el salmista trae a colación un proverbio: Al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo (v. 6b). El duelo y los llantos son como un huésped inoportuno, al que se le da hospedaje a regañadientes, pero después, al día siguiente, se convierte en motivo de exultación. En realidad, el llanto para el justo es un peregrino que a lo sumo pasa una noche con él; pero al día siguiente cambia la situación, y con la luz del día renace la alegría y bienestar.
El salmista confiesa haber tenido un pecado de presunción, pues viviendo en una situación de prosperidad, creyó que esta situación había de continuar indefinidamente: No vacilaré jamás (v. 7). Esta afirmación parece hacer caso omiso de los caminos secretos de la Providencia y se aproxima a la postura de los ateos prácticos y autosuficientes, que creen poder gobernar su vida con sus propios recursos. Por ello, Dios ha querido probarlo, y si antes, en su bondad, le aseguraba honor y fortaleza, ahora ha querido desampararlo escondiendo su rostro, es decir, le ha privado de su protección y auxilio, y entonces el salmista, reducido a sus propias fuerzas, quedó desconcertado.
Súplica de salvación (vv. 9-13). Postrado y abandonado a sus fuerzas, el salmista clama ansioso a Yahvé para que tenga piedad de él. Y su argumentación en favor de su liberación de la muerte está en consonancia con la mentalidad viejo-testamentaria, cuando aún no había luces sobre la vida en ultratumba al lado de Dios. En realidad, la muerte del salmista no reporta ningún provecho o ganancia a Dios, pues, convertido en polvo, no podrá alabarle ni cantar su fidelidad con los justos. Según la mentalidad del A. T., Dios premiaba en esta vida los actos de virtud, y el primer don era una larga vida hasta ver los hijos de los hijos en la tercera o cuarta generación. Quitar la vida a uno, entregándole a una muerte prematura, era un castigo reservado a los impíos; equivalía a matarle, derramar su sangre (v. 10). La muerte significaba en realidad, para los justos del A. T., la interrupción de una vida de amistad con Dios; por eso, al morir, no se podían continuar las alabanzas de Yahvé. Por ello, el salmista ansiosamente pide a su Dios que le escuche y le salve de la situación de peligro en que se halla de descender a la fosa o sepulcro.
Conforme a la dramatización literaria habitual en el estilo salmódico, el justo se presenta ya con la salud recuperada, cambiando su lamentación en júbilo (v. 12). Ha pasado la hora del duelo, porque el mismo Yahvé le ha desatado el sayal, o signo externo de penitencia y dolor, y le ha ceñido el vestido alegre de la exultación, el atuendo de los días de fiesta y de triunfo. Por ello, el salmista entona un himno de alabanza a la gloria de Yahvé, que ha de perdurar por siempre. La expresión por la eternidad, por siempre, es enfática e hiperbólica, para recalcar su decisión de alabar constantemente al Dios Salvador.
[Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
* * *
CATEQUESIS DE JUAN PABLO II
1. El orante eleva a Dios, desde lo más profundo de su corazón, una intensa y ferviente acción de gracias porque lo ha librado del abismo de la muerte. Ese sentimiento resalta con fuerza en el salmo 29, que acaba de resonar no sólo en nuestros oídos, sino también, sin duda, en nuestro corazón.
Este himno de gratitud revela una notable finura literaria y se caracteriza por una serie de contrastes que expresan de modo simbólico la liberación alcanzada gracias al Señor. Así, «sacar la vida del abismo» se opone a «bajar a la fosa» (cf. v. 4); la «bondad de Dios de por vida» sustituye su «cólera de un instante» (cf. v. 6); el «júbilo de la mañana» sucede al «llanto del atardecer» (ib.); el «luto» se convierte en «danza» y el triste «sayal» se transforma en «vestido de fiesta» (v. 12).
Así pues, una vez que ha pasado la noche de la muerte, clarea el alba del nuevo día. Por eso, la tradición cristiana ha leído este salmo como canto pascual. Lo atestigua la cita inicial, que la edición del texto litúrgico de las Vísperastoma de un gran escritor monástico del siglo IV, Juan Casiano: «Cristo, después de su gloriosa resurrección, da gracias al Padre».
2. El orante se dirige repetidamente al «Señor» -por lo menos ocho veces- para anunciar que lo ensalzará (cf. vv. 2 y 13), para recordar el grito que ha elevado hacia él en el tiempo de la prueba (cf. vv. 3 y 9) y su intervención liberadora (cf. vv. 2, 3, 4, 8 y 12), y para invocar de nuevo su misericordia (cf. v. 11). En otro lugar, el orante invita a los fieles a cantar himnos al Señor para darle gracias (cf. v. 5).
Las sensaciones oscilan constantemente entre el recuerdo terrible de la pesadilla vivida y la alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro pasado es grave y todavía causa escalofrío; el recuerdo del sufrimiento vivido es aún nítido e intenso; hace muy poco que el llanto se ha enjugado. Pero ya ha despuntado el alba de un nuevo día; en vez de la muerte se ha abierto la perspectiva de la vida que continúa.
3. De este modo, el Salmo demuestra que nunca debemos dejarnos arrastrar por la oscura tentación de la desesperación, aunque parezca que todo está perdido. Ciertamente, tampoco hemos de caer en la falsa esperanza de salvarnos por nosotros mismos, con nuestros propios recursos. En efecto, al salmista le asalta la tentación de la soberbia y la autosuficiencia: «Yo pensaba muy seguro: "No vacilaré jamás"» (v. 7).
Los Padres de la Iglesia comentaron también esta tentación que asalta en los tiempos de bienestar y vieron en la prueba una invitación de Dios a la humildad. Por ejemplo, san Fulgencio, obispo de Ruspe (467-532), en suCarta 3, dirigida a la religiosa Proba, comenta el pasaje del Salmo con estas palabras: «El salmista confesaba que a veces se enorgullecía de estar sano, como si fuese una virtud suya, y que en ello había descubierto el peligro de una gravísima enfermedad. En efecto, dice: "Yo pensaba muy seguro: No vacilaré jamás". Y dado que al decir eso había perdido el apoyo de la gracia divina, y, desconcertado, había caído en la enfermedad, prosigue diciendo: "Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza; pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado". Asimismo, para mostrar que se debe pedir sin cesar, con humildad, la ayuda de la gracia divina, aunque ya se cuente con ella, añade: "A ti, Señor, llamé; supliqué a mi Dios". Por lo demás, nadie eleva oraciones y hace peticiones sin reconocer que tiene necesidades, y sabe que no puede conservar lo que posee confiando sólo en su propia virtud» (Lettere di San Fulgenzio di Ruspe, Roma 1999, p. 113).
4. Después de confesar la tentación de soberbia que le asaltó en el tiempo de prosperidad, el salmista recuerda la prueba que sufrió a continuación, diciendo al Señor: «Escondiste tu rostro, y quedé desconcertado» (v. 8).
El orante recuerda entonces de qué manera imploró al Señor (cf. vv. 9-11): gritó, pidió ayuda, suplicó que le librara de la muerte, aduciendo como razón el hecho de que la muerte no produce ninguna ventaja a Dios, dado que los muertos no pueden ensalzarlo y ya no tienen motivos para proclamar su fidelidad, al haber sido abandonados por él.
Volvemos a encontrar esa misma argumentación en el salmo 87, en el cual el orante, que ve cerca la muerte, pregunta a Dios: «¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia o tu fidelidad en el reino de la muerte?» (Sal 87,12). De igual modo, el rey Ezequías, gravemente enfermo y luego curado, decía a Dios: «Que el seol no te alaba ni la muerte te glorifica (...). El que vive, el que vive, ese te alaba» (Is 38,18-19).
Así expresaba el Antiguo Testamento el intenso deseo humano de una victoria de Dios sobre la muerte y refería diversos casos en los que se había obtenido esta victoria: gente que corría peligro de morir de hambre en el desierto, prisioneros que se libraban de la condena a muerte, enfermos curados, marineros salvados del naufragio (cf. Sal 106,4-32). Sin embargo, no se trataba de victorias definitivas. Tarde o temprano, la muerte lograba prevalecer.
La aspiración a la victoria, a pesar de todo, se ha mantenido siempre y al final se ha convertido en una esperanza de resurrección. La satisfacción de esta fuerte aspiración ha quedado garantizada plenamente con la resurrección de Cristo, por la cual nunca daremos gracias a Dios suficientemente.
[Audiencia general del Miércoles 12 de mayo de 2004]
MONICIÓN SÁLMICA
Este salmo 29, con el que hoy empezamos nuestra oración de la noche, fue, en su origen, la oración de acción de gracias de un enfermo que acudió a Dios pidiéndole la salud, y éste se la devolvió.
Este enfermo es, por una parte, figura de Cristo, débil y enfermo en su pasión, bajado a la fosa del sepulcro en su muerte, pero a quien el Padre hizo revivir en la resurrección. Por esta curación, por esta exaltación, Cristo exhorta hoy a su Iglesia a que, contemplando este triunfo pascual, dé gracias al Padre: Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; pues el Señor sacó mi vida del abismo, me hizo revivir cuando bajaba a la fosa.
Por otra parte, este enfermo somos también todos nosotros, rodeados de innumerables males. Quizás en este mismo día, que ahora finalizamos, al atardecer nos visita el llanto de nuestros fracasos humanos. Pero, abrámonos a la esperanza: como Cristo, veremos que el Señor sacará, finalmente, nuestra vida del abismo y en la mañana de la parusía nos visitará el júbilo. Por ello, digamos, alegres en la esperanza: Te ensalzaré, Señor, porque, en la esperanza, me has librado, cambiando mi luto en danzas.
Oración I: Padre amante, Dios clementísimo, no permitas que nuestros enemigos se rían de nosotros: como sacaste la vida de tu Hijo del abismo y le hiciste revivir cuando bajaba a la fosa, cambia así también nuestro luto en danzas y, si en el atardecer de este siglo nos visita el llanto, haz que por la mañana de tu retorno nos visite el júbilo y en él vivamos, por los siglos de los siglos. Amén.
Oración II: Señor Dios, apiádate de nosotros, que hemos pecado contra ti; ponnos a salvo en el día aciago, calma los dolores de nuestras muchas enfermedades, haz que nuestros enemigos, el desánimo, el pecado, la muerte, que nos desean lo peor y nos hablan con fingimiento, no triunfen de nosotros; que conozcamos que tú nos amas en que nos sostienes en el lecho del dolor y quieres mantenernos siempre en tu presencia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Pedro Farnés]

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