sábado, 18 de agosto de 2012

MEMORIAL DE AGRAVIOS INFANTIL...

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CULTURA
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Memorial de agravios infantil

Los niños denuncian que la curiosidad y la imaginación son derechos que nadie respeta. Las respuestas a medias o incompletas son faltas graves a su imaginación. No aceptan los cuentos de antaño de la cigüeña, el niño dios, el coco o el bobo con el costal.

Gonzalo Hugo Vallejo
El Diario del Otún


Maurice Sendak llamado el Picasso de los libros para niños y considerado el artista de libros infantiles más importante del siglo XX, murió el pasado 8 de mayo de 2012. Es el autor de “donde viven los monstruos” (1963), obra de la cual se vendieron más de 15 millones de ejemplares y es considerada uno de los 10 libros para niños más vendidos de todos los tiempos.

La importancia de Sendak radica en que ha sido el escritor que más ha estado en contacto con el subconsciente trastornado y claroscuro de los niños.

Este escritor neoyorquino rompió con las historias rosa que impregnaban la literatura infantil y que tenían como protagonistas a infantes juiciosos y obedientes que aprendían moralejas asépticas y vivían un quimérico sueño de chocolate.

Sendak escandalizó a padres, maestros, psicólogos y ludópatas oportunistas quienes proscribieron su obra cuando aquél intentó hacer un retrato de los niños tal como son y no como deberían ser desde el punto de vista de la adultez.

Un ejemplo sobre los chantajes afectivos de que son víctimas muchos niños y sus consecuenciales sentimientos de culpa, lo ejemplariza en una célebre entrevista radial donde narra sus vivencias familiares en su hogar judío durante los magros tiempos de la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto:

“Si llegaba tarde, mis padres me hablaban de los niños que tenían mi edad y que nunca podían cenar en sus casas, niños que eran buenos con sus padres y que habían muerto en los campos de concentración. Me decían una y otra vez lo afortunado que había sido. Yo odiaba a las personas que murieron en el Holocausto: los odiaba por haberse muerto y porque sólo traían escenas violentas a mi casa”.  
          
Hace 20 años se leyó una declaración en la Maestría de Educación de la U. Javeriana (Área de Lectoescritura). Hoy hacemos una adaptación de este texto memorable (“Declaración de derechos de los niños lectores”) que formó parte de un libro (“Oficio de maestro”) escrito en 1994 por Fernando Vásquez Rodríguez, un reconocido profesional de la educación en Didáctica de la literatura.

- Los niños no son adultos pequeños. Son diferentes en gustos, preferencias y lecturas. No son seres tiernos, limpios, obedientes, ordenados, juiciosos, ni “eternamente alegres” (un invento de los adultos). Son seres humanos con todo tipo de problemas. Saben que las cosas como inician se acaban, que no toda la gente es feliz, que hay muchos que sufren y que el mundo no termina en helados y piñatas, balones y muñecas.


- Los niños no son estúpidos y se oponen a todos aquellos que los tratan como minusválidos mentales. De allí que exijan un lenguaje normal sin diminutivos ridículos, mimos sobrecargados, frases de cajón, eufemismos y denominaciones indirectas para sus órganos sexuales o sus necesidades fisiológicas.

- Los niños consideran una violenta agresión a su imaginación, el querer mostrarles un mundo color rosa repleto de falsas hermosuras y despojado por completo de conflictos y contradicciones. No son payasos ni bichos raros; se niegan a ser idiotas útiles de una falsa armonía hogareña y animadores obligados de reuniones familiares; renuncian a seguir siendo objeto de exposición y a seguir “recitando” tediosos y absurdos cuentos en verso delante de las visitas.

- Los niños tienen derecho a ver el mundo con el tamaño natural como aparece ante sus ojos y no siempre en miniatura. Denuncian la zoología fabularia y maniqueísta como único camino para explicarles las cosas. Exigen en los libros presuntamente hechos para ellos, imágenes menos obvias, esterilizadas y tontas e ilustraciones de relleno. Es una mentira que de los libros sólo les interesen las imágenes.

- Los niños consideran que los buenos sólo buenos y los malos sólo malos únicamente existen en la cabeza de los escritores adultos. Piensan que las moralejas y los finales felices son los más aburridos y los menos emocionantes. Ellos leen con todo su cuerpo, no sólo con sus ojos.

- Los niños consideran una falta de respeto a su intimidad, el obligarlos a leer sólo sentados o de pie. Les encanta la acción, el movimiento. Les gusta lo que salta y rebota, lo que suena y resplandece. Si hay un libro que les atrae, es ese que puede formar parte de sus juegos. Son fantásticos por el exceso de realismo mágico que hay en su mundo infantil y en su entorno muchas veces hostil y enajenante.

- Los niños tienen derecho a manejar sus curvas de atención: a empezar y a abandonar la lectura de un libro en cualquier parte. Tienen también un cuerpo que quieren acariciar, excitarse con él y disfrutarlo como otro juego más. Por eso no entienden y detestan los libros que ocultan sus órganos, sus partes íntimas o más llamativas.

- A los niños les gusta el terror, los monstruos y las sombras; aman lo insignificante y lo inútil. No se cansan con facilidad como creen muchos, no “sufren” de hiperactividad (no hay niños hiperactivos, sólo adultos lentos), no tienen sueño a las primeras horas de la noche… son tan imprevisibles como inagotables.

- Los niños desconfían de eso que llaman “literatura infantil”. Leen de muchas maneras, en diferentes posturas y en varios tipos de libros (la televisión o el computador son otra clase de libros). Ellos son multilectores y tal cualidad debe ser respetada.

- Los niños denuncian que la curiosidad y la imaginación son derechos que nadie respeta. Las respuestas a medias o incompletas son faltas graves a su imaginación. No aceptan los cuentos de antaño de la cigüeña, el niño dios, el coco o el bobo con el costal.

- Los niños se resisten a ser la ilusión perdida o la romántica y nostálgica patria de los adultos. No pueden obligarlos a ser lo que sus padres no fueron o no pudieron o lograron ser. A ellos les gusta encontrar en los libros palabras raras, desconocidas, sonoras, misteriosas.

- Los niños advierten que los glosarios triviales o los vocabularios minimizados y puestos al final o debajo de los textos, a veces son una ofensa para ellos. Alegan no ser retardados lexicales o minusválidos idiomáticos. Los “diccionarios para niños” no tienen valor para ellos.

- Los niños insisten en que la fantasía y la imaginación no tienen ni clases sociales, ni sexo, ni edades. Se les debe permitir el abandono de la infancia cuando ellos lo crean conveniente. Han tipificado como delito grave el hecho de no dejarlos ser niños o la obstinación de no permitirles crecer.

- Los niños concluyen, en fin, que cualquier generalización que se haga sobre la infancia es una falacia. Reiteran que ellos no pasan por una “edad” que se llama infancia. La infancia no es una edad, es un acontecimiento vital.

- Terminamos este sentido memorial con una frase de Maurice Sendak, a manera de homenaje póstumo: “(…) no hay parte de nuestras vidas, como adultos o como niños, donde no fantaseemos. Preferimos relegar la fantasía a los niños como si fuera una tontería sólo apta para la inmadura mente de ellos. Los niños viven tanto en la fantasía como en la realidad, se mueven de una u otra manera que ya no recordamos cómo hacerlo”. gonzalohugova@hotmail.com

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